Hace pocos
días me mandaron un whatsaap con una curiosa frase:
¿Dónde se
Enseña y dónde se Educa? Y bajo “Enseña” un dibujo de una
escuela y bajo a “Educa” una familia.
Me pareció
un pensamiento acertado, para otros tiempos. Porque en estos últimos
25-30 años hemos asistido -por fortuna- a una irrupción justa y
positiva de la mujer, o mejor dicho, de la pareja, al mundo laboral.
Y aquél espacio que ocupaban nuestras madres que no teniendo cabida
en el mundo laboral estaban a la llegada de los hijos del colegio
siempre en casa, espacio que ahora ocupan muy diversas personas. El
bocadillo de Nocilla, pan con chocolate, los deberes y, si las cosas
habían ido bien, un rato de ocio: las chapas y los ciclistas o un
interesantísimo y “muy económico” supermercado de plástico que
los Reyes Magos habían dejado hace unos meses, estaba supervisado
por la madre. Ahora lo ocupan, algunos afortunados hijos, las abuelas
y abuelos que se han reciclado poniendo por delante de todo una
palabra: AMOR.
Pero éstos
afortunados niños con abuelos sanos (y aclaro “sanos” porque a
un abuelo/a sólo le incapacita para ayudar a sus nietos alguna
enfermedad que le tenga postrado o la muerte) son excepción: y ahora
miles y miles de niños llegan a casa y pasan a manos de todo tipo de
situaciones: desde la soledad total y absoluta hasta los que las
familias “previsoras” les organizan clases los cinco días de la
semana de inglés, alemán y chino. Y así nos encontramos con miles
de parejas que salen de casa antes que se despiertan sus hijos y
vuelven cuando ya están dormidos, ¿será el precio que tenemos que
pagar por los avances?
Y esta
introducción me lleva a algo que en mi humilde opinión será el
plus de calidad que tendrán que ofrecer los colegios: los
que consigan enseñar y educar y “casi sustituir” a los padres.
Precioso reto tienen por delante los que ahora tenemos que volver a
llamar con enorme orgullo MAESTROS y no profesores. Y paradojas que
los avances nos muestran y nos retan con un silencioso “ahí
tenéis! Coches cada vez más veloces y estrictamente necesarios en
el mundo de hoy (miles de muertos en las carreteras), nuevas
tecnologías de comunicación que facilitan y ahorran millones a las
empresas (y al tiempo adolescentes en centros de desintoxicación a
los whatsaap, tuenti, twitter, facebook)... y así miles de ejemplos
y “adelantos”. ¿será el precio que tenemos que pagar por los
avances?
Pero el tema de los niños, nuestros niños, es algo
mucho más profundo y trascendente: ¿cuál será el precio de esta
generación que aprende a decir en chino papá y mamá antes de
recibir un abrazo de alguno de ellos al despertarse o acostarse? Y
es aquí dónde pretendía llegar con esta entrada: a la enorme
responsabilidad que de repente han adquirido nuestros colegios al
verse implicados en una palabra que antes tenía su importancia en el
funcionamiento de la enseñanza, pero ahora se ha convertido en
VITAL: EDUCAR.
¿Quién enseñará a nuestros niños a saber recibir un
“no” por respuesta? ¿no estaremos creando en los colegios
“salidas de solidaridad” para ayudar a niños desamparados
cuando nuestros voluntarios que están en nuestras propias aulas en
esas campañas están “terriblemente solos”? ¿no empieza a ser
muy cierto que en algunas fotos de la África profunda hay niños con
sonrisas maravillosas y en nuestras urbanizaciones vagan nuestros
niños solos sin esa sonrisa?
Para
mí, ese será el plus de
calidad en la enseñanza:
aquel colegio que enseñe idiomas, que saque el rendimiento adecuado
a cada alumno de acuerdo a sus aptitudes, virtudes y posibilidades,
aquel que enseñe que lo que le queda por vivir a nuestros niños
para el futuro está lleno de trampas, injusticias y tristezas; aquel
que enseñe que hay que convivir con gente muy diversa. Que hay
muchos Dioses y muchos pensamientos, ideas y formas de vivir. Y los
colegios se preparan para dar esta formación con reuniones, cursos
de formación del profesorado, etc. etc.
Pero yo empiezo a ver y a notar que no solo quiero que
nuestros hijos sepan decir silla en alemán, sino que sepan
levantarse y dejar esa silla a un mayor en el transporte público.
Que no solo sepan decir gracias en inglés sino que aprendan a dar
las gracias cuando en un burger king les atienden. Que no solo sepan
decir en chino “recoger” sino que cuando estén en una tienda
eligiendo una ropa no la dejen tirada.
Y ese trabajo ya no lo hacen los padres. Les toca a los
maestros, y les toca no porque forme parte de la formación que se da
en el colegio, sino porque es LA BASE DE NUESTRO COLEGIO. Porque el
precio que estamos pagando a tanta y tanta competitividad en los
trabajos ha llevado a los padres a ganar más y más dinero para
poder mandar a sus hijos a Londres, Berlín o Pekín para poder
abrirse camino en esta sociedad y a no tener tiempo para dar un beso
de buenas noches a sus hijos, por cierto gratis.
Y para mí sólo un deseo: yo prefiero a nuestros niños
saludando, valorando y respetando a las señoras de la limpieza de
nuestros colegios que aquellos niños que viven para un 10 en
cualquier asignatura. Entre otras cosas porque es muy posible que esa
señora de la limpieza, a la cual has dedicado un “gracias” o un
“por favor” , según termine el colegio, corra a casa a ver un
rato a su hijo mientras que los padres del que saca el preciado 10
en la asignatura que corresponda, aún saliendo a la misma hora que
la señora de la limpieza, pare un rato en el gimnasio para quitar
algún kilo de más y ese tiempo de gimnasio impide el beso de buenas
noches a su hijo.
Posiblemente me equivoque y el auténtico valor esté en
el término medio, seguro que es así. Pero yo hoy, si pudiera y
tuviera que elegir, prefiero un niño EDUCADO que un niño10.
Voto por los maestros, los de toda la vida. Voto por ese
colegio que me enseña a hablar en público, en inglés, a sumar y a
restar (mejor a sumar que no están los tiempos para mucho restar), a
reír y respetar, pero sobre todo, voto por el colegio que me EDUQUE
a hacer fácil lo que empieza a ser difícil: saludar, dar las
gracias, sonreír, esperar mi turno para hablar, escuchar... Voto por
el colegio que tenga la habilidad y el buen saber de aspirar a dar a
nuestros niños TODO lo que necesitan y en ese paquete, en ese TODO
van los niños que no “conocen” a sus padres.
Y termino con una anécdota vivida en mí y por mí.
Hace 45 años estuve interno en un sitio maravilloso: Berchtesgaden
(en la frontera entre Alemania y Austria). Nuestro director, Herr
Hubner, era una persona sumamente estricta, con una rectitud y
exigencia muy elevada. Yo era un niño inquieto y revoltoso (lo que
ahora se podría llamar perfectamente “hiperactivo”, con todos
mis respetos para los niños que médicamente están diagnosticados
como hiperactivos y desde luego sin ninguna ironía) y “sufrí”
en mis carnes más de una reprimenda o/y castigo.
45 años después volví a aquel colegio.
Existía la casa donde yo estuve interno, pero ya no era
un internado. En ella vivía una familia polaca. Pregunté y me
dijeron que Herr Hubner y su mujer aún vivían: en una pequeña casa
de enfrente. Y allí fui. Toqué el timbre, y un hombre de 92 años
salió al balcón, me miró muy fijamente y me dijo en castellano
“hola Javier”. Habían pasado 45 años y Herr Hubner me
reconoció.
Aquel día entendí que en aquel internado yo no tuve un
director o un simple profesor, había tenido UN MAESTRO. Y reconocí
que tuve un maestro porque 45 años después, sin yo decirle nada, él
me reconoció. Me sentí orgulloso de haber tenido la inmensa suerte
de haber tenido un EDUCADOR que consiguió que yo deseara verle 45
años después y él “me estaba esperando” porque era UN MAESTRO.