La culpa es mía... me equivoqué.

El 24 de julio del 2013 todos vivimos y sentimos horrorizados el accidente ferroviario ocurrido en Santiago de Compostela en donde fallecieron 79 personas. Por delante de cualquier comentario que puedan leer a continuación vaya mi más sentido pésame a esas familias. Y digo “mi más sentido pésame” porque, aunque no conocía a ninguna de ellas, los actuales medios de comunicación hacen que las personas veamos  y oigamos a través de las múltiples televisiones, radios, redes sociales escenas que nos acercan mucho más a las víctimas y nos une de manera diferente a las personas afectadas, porque ves las mantas que cubren los cadáveres en donde solo asoman los zapatos, el llanto de los primeros familiares o los voluntarios que corren de un lado a otro de manera desordenada pero con el corazón ordenado para intentar socorrer con un arma que siempre funciona: las ganas de ayudar. Y de esta manera los heridos, fallecidos parece que son todos conocidos y muy cercanos.

Por eso quería dejar muy claro mi dolor pasado ya un año y la seguridad de que esas 79 personas eran vidas como la mía o la de mis seres más queridos. Mi respeto  más sincero.

Aclarado este punto, hago esta entrada de blog para tocar un detalle que en medio de tanta confusión de los primeros instantes, tanto dolor para tantas personas, un hombre me llama poderosamente la atención en las noticias, su imagen y sobre todo sus palabras: se trata del conductor de aquel Talgo 730 y aquellos 8 coches y 2 cabezas tractores que descarrilaron y que él conducía. Omito el nombre.

Todos recordamos la imagen de ese hombre de pelo canoso, con la cara ensangrentada caminando entre las vías abrazado a un voluntario. Y es de ese hombre del que hoy quiero escribir, desde el enorme respeto al dolor de esas 79 personas fallecidas. Porque dentro de la tragedia que se produjo ese día y dentro del proceso largo, larguísimo, que supongo que se iniciaría ese día en donde la pelota de la culpabilidad iría pasando de un lado a otro. De una persona a otra, de una entidad a otra, los que diseñaron el recorrido de aquella entrada de estación, los encargados y responsables de la señalización, responsables de la Comunidad Autónoma, hasta el gobierno, etc. Todos irán “organizando” su argumentación para “salvarse” de la responsabilidad de la tragedia ocurrida.

Y en medio de esa tragedia surge este hombre, con amplia experiencia en su profesión y dice bien alto y claro : “no quiero ver esto....era mejor que me hubiera muerto yo, la culpa es mía.... tenía que haber reducido la velocidad.... entré muy fuerte en la curva.....me despisté....”

Y sé que es un riesgo denominar “ejemplo” a la actitud de un hombre que, aunque de manera evidentemente involuntaria, ha provocó en mayor o menor medida semejante desastre que se llevó por delante tantas vidas humanas.

Pero para mí, hoy, pasado un año, la reacción de este hombre es un ejemplo para todos. Para aquellos políticos y responsables de Renfe que acudieron compungidos a los funerales, para los ingenieros e incluso para aquellas empresas que, de manera supongo totalmente lícita (aunque visto lo visto en este país vaya vd a saber....), han ganado sus buenos sueldos en la fabricación y composición de estos trenes.

Y digo “ejemplo" porque incluso pasado un tiempo y en sus declaraciones ante el juez, aunque es de suponer aconsejado una y mil veces sobre qué y cómo debe de hacer la declaración para ir salvando el pellejo, el maquinista asume su culpa y reconoce su error. No hay abogado, ni argumento que pueda cambiar la conciencia de una buena persona, de un hombre sincero y honorable: “ era mejor que me hubiera muerto yo, yo entré a más velocidad de la que debía... no sé lo que me paso....” igual que el primer día. Ni los calmantes que este hombre habrá necesitado para dormir, ni los consejos de gente conocedora de las responsabilidades que puedan derivarse de esa palabras, ni la propia familia alteran su conciencia y su verdad.

Para un hombre así solo existe lo que de verdad pasó, su verdad y su defensa es la verdad. No es un problema de cultura, ni de status social, ni de profesión, ni de ingresos. Es un problema de conciencia y de honorabilidad.

Por eso me atrevo, e insisto,  respetando el inmenso dolor de las víctimas, a decir que para mí la reacción de este hombre es ejemplar. Porque estamos ante un hombre que no quiere un gran despacho de abogados para salvar su imagen, porque solo busca la salvación y solo encuentra consuelo en su verdad.

Es ejemplar porque si algún día alguien cercano le da un sobre con 5000-10000 euros de dudosa procedencia, primero no lo cogería y segundo, si lo cogiera diría “la culpa es mía, yo sí los cogí”. O si aterrizara por algún puesto político en Andalucía no habría que abrir mil expedientes e indagarle mil cuentas y movimientos bancarios, se acercaría al juez y le diría “la culpa es mía, yo lo robé”. Con el agravante de que los ejemplos citados (a cientos en nuestro país) son actos voluntarios.

Es ejemplar porque hasta en la vida normal, en cualquier profesión, nunca he oído a un médico salir de una operación que de manera involuntaria ha cometido un error hablar con los familiares del paciente y reconocer su error. O un arquitecto, un ingeniero, un taxista..., en cualquier profesión.

No niego que haya gente maravillosa. La hay. Gente honorable y que reconoce su error y asume las consecuencias. En su trabajo y hasta en su vida privada.Pero son los menos, porque la cultura del “todo vale”, de “el listillo”, de “el enchufado”, de “ el que pisa al compañero” está tan arraigada que reconocer un error no está de moda, no se lleva. Y la maquinaria de la justicia ayuda con apelaciones y recursos a eludir o aplazar las culpabilidades. Los silencios de los que temen perder su bienestar económico o social está por encima de su conciencia. 

Y es tanta la influencia del dinero, la situación social y de las personas, que hay gente que pierde familiares por no pedir perdón, duerme en paz sin haber reconocido que una mala gestión suya ha dejado en la calle a cientos de familias sin trabajo, incluso gente que gasta miles y miles de euros en la contratación de despachos cuando esos miles de euros con un simple “la culpa es mía....me despisté” podían tener un destino más humanitario.

Por eso no me canso en repetir que para mí este hombre es un ejemplo. Un ejemplo para dar charlas en nuestros colegios. Para enseñar a nuestros niños que “la culpa es mía...me despisté” vale más que un idioma, que un cuerpo perfectamente modelado en el gimnasio, que un brillante expediente académico.

Que un “la culpa es mía ….me despisté” salva un beso de tus hijos o hermanos, es más formativo y ayuda a ser más feliz que cualquier cosa. Que después de presentarte en tu primer trabajo con tu “brillante expediente académico” hay una asignatura que no se estudia pero la sociedad te va imponiendo: es la asignatura “lo sé todo y nunca me equivoco”. Y esa asignatura la suspendió el 24 de julio del 2013 el maquinista de aquel desgraciado accidente, sin duda culpable más o menos del accidente pero orgulloso de un estilo de vida y de actuar. 

Soñemos con una sociedad en donde la “la culpa es mía...me equivoqué” sea el motor de la forma de actuar. Sea una asignatura que se enseñe en casa, con nuestros hijos, con nuestros empleados, con nuestros compañeros de clase, a través del deporte, con nuestros amigos...

No pidamos demagogia para consolar a nuestros ciudadanos, no castiguemos a nuestros hijos cuando suspenden en el colegio cuando nosotros fuimos incapaces de aprobar una carrera, no seamos perfectos... seamos:

LA CULPA ES MÍA....ME EQUIVOQUÉ