Las tardes en la zona más al este de Baviera van muy condicionadas al tiempo. Cualquier plan queda muy pendiente a la amenaza de las nubes. Conviene mirar al cielo antes de decidir el plan de las siguientes horas.
En el Konigssee, cuando los días son nublados, has de consultar a los lugareños porque ellos controlan sin fallo como acabará ese día nublado en las próximas horas. Estoy seguro que se establece una reunión de trabajo entre las montañas, el lago y las nubes. Y ellos deciden.
Y entre tanto, mi duda era caminar entre un bosque calculando una marcha de una hora de duración, con parada a medio camino para leer un rato en un banco estrategicamente situado con vistas al lago o caminar hacia el lado contrario en donde figuran comercios de venta muy enfocados al turismo.
Y temeroso de la lluvia decidí abandonar el paseo y la lectura para mejor ocasión.
Me paré ante un puesto de helados atendido por una chica de aspecto muy habitual en Alemania y más en esta zona: ojos azules, rubia, grande, fuerte y sonriente.
Éste es un país en donde la sonrisa encaja muy bien en los rostros cuando se trata de ser amable o servicial.
Detrás del primer frente de atención al público en donde Anna atiende, hay un pequeño local de ventas relacionadas con el dulce en general. Y allí me acomodé sentado con mi helado en la mano.
Desde este sitio se puede divisar el exterior; la gente pasar.
Nuestra alemana, de nombre Anna, entraba y salía a echar un vistazo para cruzar unas palabras conmigo mientras la clientela exterior se lo permitía.
Así, mientras íbamos comprobando mis dificultades con el alemán y sus dificultades con el castellano, pude saber de manera muy rápida que había estudiado en el colegio en Alemania castellano, había pasado varios meses en Uruguay.
A pesar de las dificultades, pudimos establecer una mínima conversación.
Para ella supuso una oportunidad de conversar en castellano y practicar sus conocimientos. Para mí ir descubriendo una persona fuera de su tiempo y su edad.
Y poco a poco se estableció un camino.
Y dejamos de hablar para empezar a conversar.
No parece fácil que dos personas con una cierta diferencia de edad encuentren acomodo con la conversación.
Pero a veces funciona.
Al término de su trabajo se dirigió al lago y se sentó en el borde, introdujo los pies en el agua y me comentó que lo hace a diario.
Alrededor de ella se acomodaban aquel día unos 20 fotógrafos esperando inmortalizar el atardecer en este lago. Es sabido que este lago es de los lugares emblemáticos para los fotógrafos profesionales y aficionados.
Anna está en medio de todos ellos pero ausente del movimiento que aquellos provocan.
Pertenece al paisaje. Es naturaleza.
Anna habla de su contacto con la naturaleza, de su perfecta comunión con el entorno. Habla de las decepciones que la vida de la gran ciudad le ha demostrado. Y habla que su felicidad está en el campo; junto a su caballo.
Y me cuenta la comunicación que tiene con su caballo; como llega a la granja en donde vive con su madre y muchas tardes, después de su jornada laboral, decide “dormir una siesta de una media hora” junto a su caballo que paciente y sin moverse aguarda el despertar de su compañera. Y así me va haciendo partícipe de anécdotas muy espectaculares que se producen entre los dos.
Y me habla de su novio; ya perfectamente aleccionado a lo que la vida junto a Anna le va a deparar: campo y campo. Naturaleza.
Y entonces, a través de la conversación con Anna, me vino a la memoria Catalina Alejandrovna, un personaje secundario de la novela Anna Karenina de Tolstoi.
Y me recuerda a Catalina porque ésta, perteneciendo y conociendo el ambiente mas alto de la corte rusa, decide abandonar todo para trasladarse a vivir a una granja en medio de la estepa. Lejos del movimiento de la gran ciudad. Buscando su paz y la serenidad.
Y Anna ya no habla conmigo; habla con Catalina compartiendo sus ilusiones. Yo solo puedo escuchar la conversación.
Me cuenta la ilusión por tener su propia granja, y al igual que la otra Catalina soñaba con llegar a la abandonada granja en donde lo mas cercano con el mundo es la lejana vía de un tren, Anna sueña con su casa rodeada de bosque, campo y naturaleza.
Y la ilusión traspasa el tiempo y los siglos.
Y el espacio.
Y la fantasía de un escrito.
Nuestro tiempo ha ido pasando rápido. Sus ojos bailan de derecha a izquierda, de arriba abajo. Sus cejas parecen tener vida propia. La sonrisa tiene tres plazos: un primer apartado elegante, una sonrisa que escucha; un segundo más explosiva que da entrada a unos dientes perfectamente alineados y un tercero de descontrol: una risa alta, estridente, joven y explosiva.
A veces acomoda la cabeza en un costado de su hombro en un gesto que la hace pequeña, dulce y frágil.
Y toda ella en un cuerpo enorme y fuerte.
Los ojos pasaron de un azul claro a un verde tenue para ir transformándose en un oscuro eN perfecta simbiosis con los colores que iba adoptando el lago. Ambos matices se han ido transformando de manera semejante. Es la comunión de la NATURALEZA.
En su cabeza puede haber una conversación enfocada a repasar el castellano, en una buena oportunidad de recordar palabras y giros del lenguaje y la gramática.
La mujer es de naturaleza estratégica.
Pero en su alma ha habido un desnudo integral enseñando sus partes más íntimas, allí en donde se alojan las ilusiones y la profundidad de las personas.
Y termina el tiempo.
Catalina Alejandrovna consiguió su felicidad en el estepa rusa; huyendo de la falsedad de la corte y la superficialidad de la gente “de nivel alto” para ir a encontrar su paz y el centro de su mundo en su silencio. Catalina vive en una casa donde a veces, y cada mucho tiempo, se escucha el ruido del tren pasar a lo lejos, aquel tren en donde un día pasa casualmente el amor equivocado que dejó en Stalingrado.
Anna ya vive en su granja. Es solo un problema de tiempo.
Anna es un personaje diferente. Sus tres tatuajes son su pequeña historia: familia, naturaleza, ilusión y firmeza. Los lugares en donde decidió decorar su cuerpo son también originales: el empeine de un pié, el tobillo y la espalda.
Está contando las horas para regresar a su silencio entre su perro y su caballo. Allí donde el tren tampoco se escuchará.
Nos despedimos a los piés de la montaña.
Me anima mucho que en un mundo de inmediateces, en donde las miradas provocan y se dirigen a donde quien las recibe te pueda dar algo, todavía hay personas desviadas eligiendo un destino diferente; ni mejor ni peor, pero sí es muy cierto que cada vez más admirable: cerca de la Naturaleza.
Si pasas por Berchtesgaden, por el Konigssee, podrás pasear entre bosques encantados, subir altas montañas, ver tu cara reflejada en algún lago sereno. Podrás tener contacto con la VIDA.
Quizá tengas la suerte de que en las reuniones entre los dioses se decida un día lleno de sol.
Pero entre todos los encantos de esta tierra busca que, muy en las profundidades de la montaña, a Anna entre la naturaleza, dormida encima de su caballo; no la interrumpas si la encuentras tomando un té con Catalina Alejandrovna disfrutando de la certeza de pertenecer a un tipo de persona que se sale de la norma.
Acercarte al borde del lago Konigssee.
Entre el agua clara puedes ver la figura de una tortuga con un caballo. Es el pie de Anna dejándose acariciar por el agua, firmando su diario pacto con la naturaleza. Es su particular visita a la iglesia.
Quizá la verás con los ojos cerrados. No la molestes. Está felizmente sola.