la apoteosis de los que nunca ganan

A lo largo de mi existencia he tenido la suerte, o la desgracia, de haber vivido tres acontecimientos históricos: el ataque de las Torres Gemelas en N. York, la caída del muro de Berlín y la crisis de los refugiados que estamos viviendo en la actualidad.
Y si tuviera que elegir uno como el más trascendente intuyo que el último que cito va a ser el más determinante de los tres en muchos aspectos.

Fuera del respeto que me merece la opinión de cualquier persona, la prueba a la que nos vamos a ver sometidos va mucho más allá de lo que creo se está transmitiendo.
Al hablar de respeto a las opiniones me refiero al RESPETO DE VERDAD; no al concepto de respeto al que nos tienen acostumbrados los políticos que cada vez con más descaro y falta de verguenza entienden como falta de respeto aquel que no opina lo mismo que ellos.
En esta crisis vamos escuchando opiniones muy diversas y estamos viendo y viviendo decisiones de lo mas dispares.
Me tengo como persona con una suerte muy grande respecto a mis amigos, unos por su fidelidad, otros por su cultura, otros por su inteligencia y otros varios por sus silencios.
Con ellos he hablado estos días.
Sus opiniones son tan diversas como las decisiones a las que antes hemos aludido. Conclusión: toca esperar unos 50 años o quizá más para saber qué fué lo más acertado o correcto (que no es lo mismo). El problema viene que las decisiones hay que tomarlas ahora; no dentro de 50 años...o más.

Así vemos como los gobiernos húngaros, austríacos y daneses dicen STOP a esta llegada masiva de personas tomando decisiones de importante calado como es blindar sus fronteras con personal militar. Y si respetamos esta opinion que acarrea una decision cuanto menos "discutible" tenemos que entender que quizá el argumento más simplista puede valer para defender esta postura: si hay comida para una persona puede haber para dos; si mantenemos la disponibilidad de comida para una persona pero la necesidad nos obliga a acoger/invitar a un tercero empezaremos a tener que hacer un  sacrificio muy grande para el cual hay que prepararse; si son cuatro los que sentamos a la mesa empezamos a pasar hambre; y si por fin son cinco quizá muramos de hambre.

Al tiempo vemos como desde el gobierno alemán se postula en el que podríamos considerar extremo opuesto al socorrer a toda la gente que huye de un infierno. Se pide un esfuerzo enorme a su gente que no olvidemos todavía está inmerso en costes debido a la reunificación que se produjo tras la caída del muro de Berlín.

Y después están los indecisos por llamarlos de algún modo. Aquellos que miran con el ojo derecho a un lado y con el izquierdo a las encuestas que les van a marcar qué decisión es la más productiva a la vista de su electorado.
Para mí, desde luego, estos últimos actúan de manera ruín y despreciable.
Porque no dudo que el gobierno húngaro toma una decision poco "vendible", pero dá la cara y defiende abiertamente su argumento a primera vista simplista: "no podemos acoger con la mínima dignidad a tanta y tanta gente". Y por otra parte: los alemanes, abriendo la mano en una decisión que viene avalada sin duda por dos argumentos para mí definitivos: el primero es que el pueblo alemán actúa de manera muy obediente y respetuoso con las decisiones que vienen de arriba, de forma que si tienen comida para uno sólo pero se les "aconseja" que deben de  comer 5, 6 o los que digan los gobernantes que tengan que hacerlo ASÍ SE HARÁ. Y el segundo argumento es la oportunidad que la historia y sus guiños imprevisibles nos tiene acostumbrada. Hace un mes exacto visité El nido del Aguila, residencia de descanso de Hitler, en Berchtesgaden...Yo me entiendo.

Así, de conversación en conversación entre amigos, escuché en una cena de boca de una mujer a la que tengo como referencia por su inteligencia y una auténtica devoralibros que la hace tener una pespectiva de la realidad muy importante, una frase lapidaria: "es el final de Europa"
Dos días después escuché de una persona cuya responsabilidad es máxima en nuestro país y del cual me honro en ser un gran amigo: "poca gente está diciendo la verdad de lo que piensa, no se puede acoger a tanta gente"
Y finalmente, sentado en el sillón de mi casa, veo la foto de mi ahijada sor Alma Lucía de la Orden Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, destinada en aquella zona del mundo en donde se está fraguando esta catástrofe, y forzosamente tengo que pensar que como siempre en estos casos tienen razón los cientos de gente anónima de cualquier signo o/y creencia que están al pie del problema. Aquellos que no tienen la decision pero actúan sobre el terreno. Aquellos cuya ideología pasa a segundo plano y de la mano de una conciencia superior al resto de los humanos ESTÁN... Y hablan poco.

Y el problema que reúne en el mismo paquete muchos factores (ecónomico, militar, extraordinariamente mediático, político) a mí se me presenta como una prueba de gran calado para la sociedad que tengo la seguridad no está preparada para el ejercicio inmenso de SOLIDARIDAD que se nos viene encima,
Y este convencimiento de la falta de preparación con que nos presentamos ante esta situación lo tengo por la muy errónea utilización de la palabra SOLIDARIDAD.

Y es ahí donde sí puedo extenderme y lanzar una reflexión avalada por el contacto de muchos años con gente joven y con colegios de muy variada ideología y metodología.
Esos años de experiencia en varios centros educativos me indican que los colegios, no todos desde luego pero sí la inmensa mayoría (privados, concertados y públicos), han hecho un uso equivocado de la palabra solidaridad.
Y a esta generación le toca ACTUAR.

Los actos "solidarios" que hacemos con nuestros chicos/as en edad escolar van en la mayoría de los casos enfocados a una acción aislada, planificada, organizada y supervisada desde el propio centro para algún determinado fin de semana. "el sábado: de 9 a 13 horas: SOLIDARIDAD". Y allí acuden nuestros futuros ingenieros, médicos, carpinteros a "trabajar la solidaridad" y la mayoría de las veces a ocupar una de las páginas del libro de recuerdo del colegio de final de año en donde de manera muy pomposa y con letras mayúsculas aparece "jornada de solidaridad". (Algún día hablaremos de un importante colegio subvencionado de la capital que premia a sus alumnos con una jornada con entrada gratuita al "Parque de Atracciones" con la condición de que acudan a las jornadas de solidaridad que el centro propone)

Y es que la solidaridad es un sentimiento que debe de funcionar mucho más interiorizado. Es una actitud que se debe de vivir de puertas para dentro y sin embargo es muy tentador convertirlo en una manera de actuar que nos suma y gusta más de cara al exterior.
Un niño apadrinado en Africa, cuya foto aparece estrategicamente en algún lugar bien visible de la casa, con el desembolso de 5 euros mensuales o una hora al mes de "trabajo" en cualquier centro de los cientos y cientos que hay para ayudar a los más desfavorecidos nunca será algo mal recibido. Pero esta solidaridad encubierta y de medio pelo no dá ni para empezar a pensar en solucionar lo que realmente necesita la sociedad para afrontar el problema de los cientos de miles de personas que vienen a Europa huyendo de una guerra. Y tengamos claro que hay "muchas guerras" y que esta pobre gente son solo los primeros que irán viniendo. Acoger 13.537 personas en un país (como si el 13.538 se quedara fuera) es sin duda un acto bueno y a tener en cuenta. Pero no basta.
El problema va mucho más allá: el dinero, el alojamiento, la atención mínima que los países están aportando es una buena iniciativa. Pero insuficiente.

Tenemos una educación desde los medios de comunicación, familias, escuelas y trabajos que va enfocada a que los vencedores son siempre los más fuertes, los que sacan más votos, los que meten más goles, los hombres más ricos y las mujeres más bellas. Y esta filosofía de vida no va a cambiar de la noche a la mañana. La solidaridad plena y completa es aquella en donde se convive, porque ésta exige un ejercicio de comprension, entrega y amor mucho más difícil al tratarse de una población cuyas costumbres, idioma, religión e historia no tienen nada en común con nuestra sociedad.

Esta crisis es como la apoteosis de los que nunca ganan.

No veo ni conozco empresas que premien DE VERDAD al empleado buena persona. Y todavía no he leído en la publicidad de un colegio que se va a trabajar con los alumnos del centro como tema prioritario en clase que sean sobre todo BUENA GENTE, colaboradores y sientan desde que entraron el primer día en las aulas un espíritu de entrega a los demás. Que los ganadores van a ser las buenas personas y los mejores alumnos serán aquellos que consiguen crear en sus futuro entorno mucha gente feliz alrededor.
Me equivoco: me temo que el tanto por ciento de aprobados en las pruebas de acceso a la Universidad que obtengan los alumnos es más vendible que cualquier otro valor.

Y ahora tenemos esta prueba que sin aviso previo y a golpe de fotos espeluznantes de auténticos dramas humanos nos dice que esta vez los que tienen que ganar no deben de ser los más fuertes, los que sacan más votos, ni los que meten más goles, ni los más ricos o las mujeres más bellas. Esta vez están tocando a la puerta cientos de miles de personas que llevan en sus caras la tristeza de un mundo que no fue capaz de ver a tiempo este drama. Y estamos en manos de políticos desconcertados porque los que tocan a la puerta de las fronteras no tienen voto...y esa sentencia tan demagógica y triste de que "una persona es un voto" esta vez no vale. Hay que pensar y actuar no solo pensando sino sintiendo que esta vez "una persona no es un voto. Esta vez una persona es la verguenza de tantas y tantas generaciones que no supieron, supimos ver a tiempo este DRAMA".


Decía Gabriel García Márquez en un artículo publicado en mayo de 1981 que en México la palabra mendigo tiene un significado completo y que todos conocemos. Pero hay otra palabra, que es la misma pero pronunciada como esdrújula: méndigo. Se usa como adjetivo y significa miserable. La explicación es deslumbrante: "Mendigo es el que pide limosna, y méndigo es el que no lo da".
Esperemos que no tengamos en esta oportunidad muchos méndigos de tapadillo que al abrigo de los medios de comunicación se llenen la boca de palabras solidarias.

Toca ver cuántos ESTÁN y comprobar si los adultos hemos hecho bien los deberes y hemos formado una generacion SOLIDARIA.
Y esta vez es de verdad.