Anton Adner por Navidad

Berchtesgaden es un pueblo de 7.752 habitantes situado en los Alpes de Baviera.
Está ubicado a unos 30 km de Salzburgo y a 180 km de Munich. Entre grandes montañas y rodeado de lagos de grandiosa belleza.
En el entorno se conservan las casas con la misma estructura que hace cientos de años; sus tejados de madera, sus amplias ventanas y las pequeñas praderas que las rodean forman parte de la Naturaleza.
Otoños oscuros y cambiantes, inviernos blancos...nevados, primaveras formidables por su gran variedad de colores y tonalidades y los veranos llenos de luz hacen de este lugar un paraje que te envuelve y te atrapa.

Cerca de este precioso pueblo ha pasado la historia sin detenerse, pero con ruido, la mayoría de las veces. Sirvió de lugar de descanso a Hitler y a su vez de vía de escape a tantos huídos en las dos últimas grandes guerras europeas.
En la actualidad, este pueblo observa el paso de tantos y tantos refugiados.
Pero las casas permanecen firmen y con una estructura exterior intacta a tantas y tantas vicisitudes.

Y su gente.

Un entorno y un paraje tan cuidado en el tiempo y en el espacio nos hace pensar que hay una industria alrededor de sus habitantes que provocan tanta y tanta atención: el turismo.
Los comercios con los escaparates enseñando los trajes típicos de la zona, las cafeterías con el famoso chocolate de la zona o los artesanos tallando figuras de madera al aire libre son atracción para los cientos de personas que a lo largo del año visitan esta zona.

Pero este orden saludable, esta tentación de pensar que estás, como en tantos y tantos lugares del mundo, en un lugar "organizado" para atraer turismo es algo natural que vas descubriendo según te adentras en sus bosques y vas descubriendo casas cuidadas  exactamente igual que aquellas a la vista de tanta y tanta gente.

Porque el orgullo de las cosas de uno mismo, privadas o públicas, pero interiorizadas, de la mano de tantas personas, sin asambleas que lo organicen y guíen, sino arropadas por una manera de vivir tantas generaciones terminan por hacerte ser de una pasta especial.
No hace falta que te recuerden que para cuidar la Naturaleza no hay que tirar papeles por las calles o los bosques ni hace falta que te recuerden que gritar en un bosque altera el orden del lugar. Se vive generación tras generación.
El respeto a los niños es tan grande que una anécdota vivida este verano sirve para entenderla: la carretera que sirve de entrada al pueblo de Berchtesgaden es una pendiente larga y estrecha. Más de una vez este recorrido de unos 2 minutos en coche se convierte en unos 15 minutos largos...y es porque alguno de los pequeños del lugar marcha al frente de la larga fila de coches en su bicicleta. No se escucha ninguna palabra más alta que otra, ni ningún claxon advirtiendo de la tardanza. Se sabe que hay "un niño" que va en bicicleta. Y nadie te lo recuerda porque todos recuerdan que ellos, ahora en su coche, estuvieron hace tiempo al frente de la fila en su bicicleta.
Respeto a las cosas, respeto a la Naturaleza y respeto a los Niños.

Y el cementerio.
En el centro del pueblo está situado un recogido y pequeño cementerio.
De inmediato llama la atención el cuidado del lugar. Cada tumba, al margen de las fechas que figuran en las lápidas, tiene sus flores naturales. Parece como si alguna persona hubiera pasado el día anterior a cuidar el lugar de descanso del familiar que allí reposa.
Hablo con una señora mayor que anda limpiando, ordenando, cuidando un par de tumbas.
Me comenta que cada poco tiempo dedica una hora a adecentar el lugar. Su tiempo de entrega a ese "trabajo" no lo condiciona el recuerdo de alguna persona de su familia o su entorno en particular. Esa dedicación la marca el recuerdo a sus "muertos", a sus "mayores".
Y esa labor lo hacen todos los habitantes del pueblo.
Y la mujer arranca las flores ya marchitas y las va sustituyendo por otras nuevas; y limpia las lápidas para que se vean bien los nombres de las personas. Y pasa un pañuelo sobre las fotos de tiempos inmemoriales.
Entre aquellas tumbas me llama la atención la de ANTON ADNER nacido en 1.705 y fallecido en 1.822. Un personaje de la época de Carlos III de España, Benjamín Franklin, George Washington, María Antonieta, el almirante Nelson, Roberpierre, Vilvaldi o Handel, Goya, Kant y los franceses Montesquieu y Rosseau; que vivió la Revolución Francesa y la Independencia de E.E.EU.U.
El aseo de esa tumba le lleva un tiempo más largo a nuestra acompañante. Me alejo unos pasos para dejarla "trabajar" en silencio respetando la intimidad y el recogimiento con el que va haciendo su tarea.
Más tarde, en casa, indago sobre la vida de Anton Adner y sus sorprendentes 117 años de vida.
Se trataba de un  artesano del lugar que iba vendiendo sus tallas de madera por Schonau y demás pueblos cercanos. A la edad de 100 años seguía trabajando. Incluso el rey Maximiliano, sorprendido por la longevidad del personaje, le envió los últimos años de la vida de Anton a su médico de cabecera.

Y la tumba de este hombre es una de tantas y tantas (de todas) las que pueblan este cementerio. Todas cuidadas por el conjunto de TODOS los habitantes.

Respeto a los mayores unido al respeto a los Niños.
La familia encajada en el tiempo.
Pasado y presente de la mano de una mujer anciana que va limpiando cada tumba una vez a la semana.
Y mañana será otra...u otro.
Es el "trabajo" para cuidar su hábitat, es el ejemplo de que no hay que decir las cosas, hay que sentirlas y vivirlas.

Una Navidad curiosa ésta que nos está tocando vivir.
Reyes Magos femeninos; políticos ambiciosos incapaces de ponerse de acuerdo ni de pensar en aquellos "inocentes" que les votaron antes que en ellos mismos.
Los refugiados
Crímenes de guerra espantosos en muchos rincones del mundo.
Una inacabable lista de desgracias y penas que pueblan el planeta.

Y entre tanto negativismo la esperanza de gestos de personas que parece como que están puestas por el destino y que llevan la antorcha de la PAZ, EL RESPETO y EL EQUILIBRIO.
Que no hablan.
Que no actúan para nadie; actúan para ellos mismos.
Que llevan la antorcha de unos valores para entregársela a otros que velarán por el recuerdo a los que no están.

Son hechos.
Nos recuerdan que preparar un futuro de PAZ para nuestros niños es la responsabilidad más bonita y grande que tenemos los que todavía andamos por aquí con la esperanza de que siempre habrá una persona que, sin habernos conocido, aseará nuestra tumba.
Asear el pasado, pasar con suavidad un pañuelo por la foto de un "pasado", colocarla posteriormente con cuidado en su sitio. Plantar nuevas flores es el gesto de respeto con el que crece el niño, que al frente de la fila de coches nos hizo tardar 15 minutos más en el recorrido en el que normalmente tardábamos dos minutos.

Fechas de felicitaciones muy diversas; desde aquellas impresas con una frase "para todos" que van llegando a "todos".
O aquellas más personalizadas. Todas con los más nobles deseos.
Son fechas en las que tienen cabida hasta las felicitaciones obligadas; más vale ese recuerdo que nada.


Fechas para rezar, para meditar, para reflexionar.
Fechas para hablar menos y hacer más.

Fechas para acercarse a algún cementerio a asear las tumbas de los desconocidos.
Fechas para tener paciencia con los niños y sus bicicletas.