Cuando creíamos que teníamos
todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas.
Mario Benedetti
Cuando uno entra en google y
busca información sobre el barrio de Pacífico en Madrid aparecen respuestas
inquietantes: “si alguien alquila una casa que sea un entresuelo asegúrate que
tenga buenas rejas en las ventanas” o “durante el día es un barrio normal; por
la noche mejor no acercarse”.
En ese barrio, junto a las vías
del tren, existe un pequeño parque con poco árbol y poco verde. Y entre esa
escasez de naturaleza aparece una cancha de baloncesto. Cancha descubierta y
escasa de luz, muy expuesta a las inclemencias del tiempo en forma de viento,
lluvia y frío. Me comentan que un grupo de chicos se reúne a partir de las
20,00 para jugar a baloncesto. Un grupo diferente y peculiar. Acompañado por
una amiga, Laura Sipan, guionista, escritora y buscadora de historias que la
llenen y que llenan a quién las lee, me acerco a la hora “en donde las casas
situadas en el entresuelo deben de tener rejas en las ventanas y donde por la
noche es mejor no acercarse”.
Y allí está el grupo de chicos. Y
entrenan. Y entrenan duro y de una manera seria y profesional. Entrenan para ellos. Entrenan intentando cada
día ser mejor que el día anterior. Entrenan dando lo mejor de cada uno para el
éxito del colectivo. Son un equipo.
Pero acercándonos al corazón del
equipo algo nos llama la atención: sus dificultades para comunicarse, el
desconocimiento que unos tienen del idioma de los otros. Y acercándonos al alma
del equipo vamos sabiendo sus nombres: Lamina Thior, Alfred Lombi, Ezequiel
Meléndez, Francisco Castillo, Charles Harned, Mohamed Dris, Yuriel Ochoa,
Giorgi Gudushauri, Karim Abdulla. Junto a éstos e integrados en el grupo están
Roberto, Gonzalo, Ignacio y Julián. Dirigiendo al equipo están Eduardo Rojo y
Antonio Agudo como entrenadores y en una esquina, pendiente de todo, Antonio
Millán que hace las veces de delegado del equipo.
Nos cuentan que hace meses encontraron
a un chico entrenando solo. Después fueron dos… y un tercero. Y al final
vinieron más. Y más. Y Eduardo y Antonio, entrenadores, fueron haciendo equipo;
y buscaron un delegado, Antonio Millán, que decidió inscribir al equipo en la
Liga Municipal del Ayuntamiento. Y compiten.
El duro trabajo físico les hace
tener unas figuras cuidadas. Son atletas.
Y preguntamos por sus vidas. Por
sus familias. Por sus trabajos… por sus papeles. Por su pasado, su presente y
su futuro. Y no todos responden. Las
circunstancias de cada uno son muy diversas pero algo tienen en común todos
ellos: el orgullo de ser un EQUIPO. El orgullo que da la vivencia de compartir
una afición, un deporte. Una vivencia que se transmite en forma de balón que
pasa de mano en mano. Sus silencios hablan comunicándonos que las rejas de las
casas en el entresuelo del barrio no hacen falta. Sonríen y se muestran
agradecidos por tener esas canchas para hacer EQUIPO. Se muestran agradecidos
por sentir el viento, la lluvia y el frío.
Apoyados en una verja vemos el
entreno.
El entrenamiento continúa y por
el fondo aparece un grupo de chicas entre los 15 y 25 años. Otro equipo.
Diferente. Con material deportivo más escaso y de peor calidad. Las diferencias
entre ambos equipos son TODAS: conocimientos técnicos, material deportivo,
equipaciones y hasta el cuerpo atlético de unos no tienen nada que ver con el
de las otras. Pero tanto unas como otros han venido a hacer deporte. Y hay una
cancha y toca compartir. Hasta hace unos minutos había una cancha, dos canastas
y un equipo; a partir de ese momento una cancha, dos canastas y dos equipos.
Y el entrenamiento continúa. Una
sola cancha; a un lado el EQUIPO y al otro el equipo de las chicas. Y de una
forma tan normal en la cancha continúan los entrenamientos de los DOS EQUIPOS.
Y marchamos antes de que termine
el entreno.
Abandono el barrio, con sus rejas
en las ventanas de los pisos del entresuelo. Y escucho la radio: día de nuevo
duro para la violencia de género. Tres muertes de tres mujeres a manos de sus
“parejas”. Y sigo escuchando la radio: otro día duro para los muros que separan
los mundos. 500 personas han saltado la valla que separa Marruecos de Melilla.
Y vuelvo a mi barrio. Sin rejas
en las ventanas y con seguridad de día y de noche.
Mi barrio es seguro porque no
parece que se acerquen ni Lamine ni Alfred llegados de Senegal. Ni Ezequiel
llegado de República Dominicana. Ni Mohamed llegado de Marruecos. Ni Yuriel
llegado de Cuba. Ni Giorgi de Georgia o Karim de Tanzania.
Y preparo mi trabajo dedicado a
la educación de los niños. Niños para los que intentamos tener todas las
respuestas a sus inquietudes. Niños del futuro cuyos educadores, familias y
entorno asumen y dan por bueno que haya
barrios en Madrid cuyas casas necesitan verjas si son en el entresuelo.
Niños que más pronto que tarde
van a ir cambiando las preguntas. Y entonces nos tocará “inventar” respuestas
que les aclaren las dudas sobre qué hemos hecho con un mundo en donde en
nuestra propia ciudad existen barrios “donde no puedes ir por la noche” porque
existe peligro… de encontrarte un grupo de emigrantes jugando al baloncesto.
Y quizá sea verdad que existe un peligro en
esos barrios: existe el peligro que los niños vean que los adultos hemos
acotado un mundo diseñado para todos arropando y entregándoselo a unos pocos. Y
que las verjas de las casas del entresuelo habrá que taparlas en su totalidad
para que nuestros niños, niños del futuro, no vean que en las canchas de
Pacífico, están jugando unos emigrantes compartiendo canchas con unas chicas. Y
allí, en esas canchas de Pacífico se respeta a la mujer y, sin libros de por
medio que explique cómo y de qué manera hay que organizar este mundo, de manera
natural, se CONVIVE. Unos con otros. De allí y de aquí.
Hablo con la dirección de un
colegio privado y propongo llevar una noche al grupo apuntado a la actividad de
baloncesto en el colegio a ver, a VIVIR un entrenamiento del EQUIPO de Pacífico.
“No es fácil” obtengo por respuesta “no todas las familias estarán de acuerdo”.
Me temo que es cierto. Las 20,00 horas es la hora de estudiar en casa. Quién
sabe si al día siguiente toca examen de “Conocimiento del Medio”. Más tarde
llegarán las noticias en televisión: violencia de género y emigrantes… un día
sí y otro también. Y después llegará el sueño y la noche.
Y “mañana será otro día”. Otro
día para nuestros niños; otro día para Lamine, Mohamed y Karim. Y otro día con preguntas sin
respuestas. Otro día bajo un mismo cielo, una misma luna, una misma lluvia y un
mismo viento.
Un mañana con un mundo hecho para
ESTAR TODOS.
Pensar que los ojos con los que
ven nuestros niños el cielo y la luna o el cuerpo con el que sienten la lluvia
y el viento son diferentes a los ojos o el cuerpo de Lamine, Mohamed y Karim es
una trampa diabólica. Y el precio a pagar por ese tortuoso mensaje que esta
“sociedad” consiente es enorme; es el precio del coste de un bus que lleve a
nuestros niños al barrio de Pacífico y de la mano de las chicas y los chicos de
los EQUIPOS de las canchas que hay allí miremos hacia arriba y comprobemos que
el cielo y la luna es de todos. Y quizá hasta tengamos suerte y elijamos un día
con lluvia para comprobar que la lluvia
moja igual a unos que a otros.
Los únicos que no se mojarán
nunca son los que pusieron las verjas en las ventanas de las casas del
entresuelo.