Mi carrera profesional me ha permitido vivir en muy
diferentes ciudades durante varias épocas de mi vida. Y en este constante
cambio de lugar y ambientes los años 80 y 90 me llevaron a vivir en Ferrol.
Ferrol era por aquel tiempo una ciudad con dos importantes
núcleos de trabajadores: los empleados en los astilleros de ASTANO Y BAZÁN y el
amplio núcleo de MARINA. Aunque mi ocupación no estaba ligada con ninguno de
los dos “grupos”, curiosamente sí requeríamos de una convivencia estrecha con
ambos colectivos. Cada 15 días en Ferrol, en el viejo Pabellón de La Malata, se
juntaba “todo Ferrol” alrededor de los partidos de baloncesto; y al grito
unánime de “aúpa OAR” aquel brillante grupo de jugadores, bajo el mandato de
Juan Fernández, Jose Antonio Figueroa, Tim Schea y con mi humilde colaboración, consiguieron éxitos increíbles para una ciudad tan pequeña que, no olvidemos, competía con
Madrid, Barcelona y/o Valencia. En aquel grupo de trabajo tuve la inmensa suerte de contar con un apasionado Rogelio Bermúdez, defensor activo en aquellos inicios del bloque nacionalista
gallego (BNG) y/o con………….…….. (prefiero omitir el nombre de esta persona
perteneciente a otra ideología política para no comprometerle una vez
comprobado el avance sin piedad de la idea transmitida por uno de nuestros
políticos de nuevo cuño, Pablo Iglesias, que con indudable éxito recomendó hace unos años como prioritario “que el miedo cambiara de bando”); y ambos, junto a tantos
otros, consiguieron llevar muy alto al baloncesto gallego.
De mi época de Ferrol me llevé solo cosas buenas.
Profesionalmente supuso un espaldarazo importante a mi carrera y humanamente mi
mujer, Patricia, y yo tuvimos a nuestras dos primeras hijas, Belén y Patricia,
que aprendieron a caminar por aquella Plaza de Amboage y tuvieron sus primeros
pinitos como “estudiantes” en la Guardería de Tete y Carmiña. Junto a estos buenas
sensaciones una, pasado el tiempo, se mantiene muy viva y presente en la
actualidad: mi respeto y admiración a todos los miembros de la Marina que en
aquella época conocí. El respeto que desprendían en cada gesto hacia y por los subordinados, en claro contraste con
el trato que se da en otras profesiones e incluso más agudizados en tiempos actuales. La honorabilidad
y la integridad de aquellos militares y sus familias es algo que me traje como máximo bagaje de aquellas buenas
gentes de Marina. Más adelante conocí, y en otra ciudad y ambiente diferente, una militar
del ejército de tierra destinada a Afganistán; y de ella admiré el coraje,
“coraje de espíritu” que es el que emana del intelecto, y que la permitía
apartarse de su familia 4 meses para ayudar en una tierra lejana a ciudadanos
del mundo asumiendo ella misma todo tipo de riesgos por proteger a los que
conviven con esos riesgos un día sí y otro también. Otra militar. Esta vez del cuerpo de TIERRA.
Aquellos años en Ferrol me acercaron a los más altos mandos
militares de Marina: desde Almirantes a Coroneles, puestos a los que en
comparación con otras profesiones corresponderían sueldos infinitamente
superiores que los que tenían y tienen los militares; y entre ellos: aquellos
“amigos” de La Marina de Ferrol. Pero con todo, algo sobresale en mi
consideración y admiración a aquellas personas: la honradez absoluta de
aquellos altos cargos de Marina que teniendo una capacidad de decisión sobre
innumerables adjudicaciones y negocios pocas, muy pocas, por no decir ninguna, se daban a “amiguetes”. Mínimos son los casos de corrupción que se dan entre
los militares; y si alguno hay, que lo
desconozco, en nada sería comparable a lo que se ven en otras profesiones con
nuestros políticos a la cabeza, colocando e inventando puestos y sueldos para
amigos, amigas, compañeros de desayuno, comidas y cenas y hasta de cama.
Todos aquellos influyentes marinos, perdón: Marinos (con mayúscula), pasaron
por mi vida y la de mi familia, como compañeros eventuales de vida y
vivencias. Nada les debo ni nada me deben; lo que
me reafirma aún más en mi admiración totalmente desinteresada. El único de todo
aquel grupo de BUENA GENTE que me llevé en la consideración de gran amigo, de
los de verdad, llegó a ser el cargo más alto de la Guardia Civil, Arsenio
Fernández de Mesa. De su amistad puedo decir mil cosas buenas, pero de una le
estoy especialmente agradecido: la confirmación de un estilo de vida y un modo
de conducirse que confirma todo aquello que la gente de Marina, y a través de
él ampliable a todos los militares, ya conocía.
Y así viví mi época en Ferrol. Hasta que el 23 de febrero de
1981 un hecho paralizó España.
Recuerdo como si fuera hoy como viví el Golpe de Estado del
23 febrero de 1981. El entrenamiento fue interrumpido por nuestro presidente,
Juan Fernández, que nos informó a todos que pocos minutos antes, un grupo de
Guardias Civiles había entrado por la fuerza en el Palacio de las Cortes. El
decidido Juan suspendió el entreno y mandó a todos los presentes que nos
fuéramos a casa “a esperar acontecimientos”. Y así hicieron todos; menos yo que
pasé toda lo noche, junto a Juan Fernández, en las Dependencias de la Comandancia de Marina
siguiendo, vía fax, los acontecimientos históricos que pasaron aquella noche.
Juan Fernández era, y es, un hombre de muchas palabras, agudo y rápido en sus
deducciones, buen conversador y siempre centro de reuniones por sus múltiples
anécdotas y vivencias. Pero aquel día solo le escuché una frase: “tú tranquilo
Javier; si son Guardia Civiles podemos estar tranquilos. Al principio corrió el
rumor de que eran etarras disfrazados y esos sí matan. Éstos no; son
españoles”.
Desde las 19,00 de la tarde de aquel 23 de febrero hasta la
1,15 del día 24, momento en que salió el Rey Juan Carlos para dirigirse a los
españoles anunciando y dando la orden a algunos militares para que desistieran del
golpe, transcurrieron 5 interminables horas. A las 5,45 del aquel día 24 el
General Milans del Bosch anuló todas las medidas del estado de excepción siendo
aquella decisión la que definitivamente terminó con el Golpe de Estado.
De los hechos acaecidos durante aquellas horas y los días,
meses y años que han venido después se han dicho y escrito miles de cosas. Me
gusta leer. Me entretiene y me proporciona información, opiniones y visiones
muy diferentes de hechos históricos. Leo de aquí y de allí. Ninguna ideología me cierra ninguna puerta. De lo acontecido aquella noche y lo que vino
después no necesito ninguna información.
Algo sé. Y hoy lo cuento:
En el Castillo de la Palma en Ferrol pasaron el Teniente Coronel Antonio Tejero y el General Milans del Bosch los primeros de los
30 años de condena una vez hecha pública la sentencia el 6 de junio de 1.982 tras el juicio celebrado en Alcalá de Henares a principios de los años 80.
Y parte de los hechos que sé, y hoy cuento, son estos:
El Teniente Coronel Antonio Tejero, después de irrumpir al frente
de un grupo de Guardias Civiles en el Palacio de las Cortes, y tras disparar
varios tiros al aire, habló a los diputados asegurándoles que en un breve
espacio de tiempo aparecería “la autoridad pertinente que se iba a dirigir a
los presentes”. La autoridad no aparecía. Durante aquella larga y tensa espera
se produjeron varias reuniones entre altos mandos del ejército y El Teniente
Coronel todas ellas dirigidas a detener el Golpe. El Teniente Coronel no se
avenía nada más que a recibir a “la autoridad” y ponerse a sus órdenes. Pero la
autoridad no apareció.
Es entonces cuando El Teniente Coronel Antonio Tejero sabe y
descubre que el Golpe ha fracasado y que su situación le va a llevar a una larga condena, como así fue: 30
años de prisión.
Una de las propuestas que los negociadores, políticos, le hicieron al Teniente Coronel, fue ponerle un avión a su
disposición para desplazarse él y toda su familia al lugar del mundo que
eligiera con “la suma de dinero que considerara oportuna, sin límite de
cuantía”. Tal oferta fue rechazada con un desprecio tan rotundo y absoluto que
sorprendió incluso al propio negociador. “España es mi país y aquí me quedo” fue la respuesta del militar. Hoy, pasados ya 35 años, no nos sorprende ya nada que los políticos varíen opiniones a modo de talonario.
La única exigencia del Teniente Coronel, previa a su entrega, fue que se le
garantizara que todos los militares de rango inferior no fueran juzgados. Una
vez que se produjo la firma de este documento el Teniente Coronel Tejero se
entregó.
Aquella mañana del 24 de febrero las calles se inundaron de
gentes “indignadas” con los golpistas. Los mismos que se mantuvieron en
silencio durante toda la noche del 23 “a la espera de acontecimientos” mostraban su rechazo al Golpe; siempre es igual: no cambia nunca: en los posicionamientos de las personas ya es conocido que es mejor esperarse quieto para apuntarse al que convenga, que solo se conoce una vez terminan los hechos.
De todas aquellas “actuaciones” una está para mí de rabiosa actualidad: la de
Jordi Pujol que a las 10 de la noche del 23 de febrero transmitió a toda España
por las emisoras de R.N.E. una alocución llamando a la tranquilidad y, como
buen político, desde un montón de frases interpretables de mil maneras sin
posicionarse en ningún lugar a la espera de “acontecimientos”.
Esto lo sé y lo cuento. No necesito leerlo ni que me lo
cuenten.
También sé que aquel 23/24 de febrero, una vez parado el
Golpe, y estando el Teniente Coronel Tejero esperando la llegada de la persona
que le iba a firmar la única condición que exigía, un hombre se bajó de un
coche en una cercana calle al Palacio de las Cortes: la Castellana en
Madrid. Subió andando por la Carrera de San Jerónimo. Era el capitán de Navío
Camilo Menéndez Vives, equivalente a Coronel (superior en Grado al Teniente Coronel Tejero). Pide permiso para hablar con el Teniente Coronel Tejero.
Las fuerzas del exterior no saben qué hacer con este Marino y los políticos
presentes en las negociaciones son los más reticentes a permitirle la entrada
asustados ante las intenciones del individuo. Pero olvidan que el Capitán
Menéndez Vives ha aparecido con su uniforme de gala; y se lo ha puesto para
comunicarle al Teniente Coronel Antonio Tejero que viene a hacerle compañía en
aquel preciso momento en que se sabe que el golpe ha fracasado, y con ese acto asume
todas las consecuencias que puedan derivarse de esa adhesión tardía. El capitán de Navío Camilo Menéndez Vives fue condenado por aquel hecho. En la memoria de todos y todas quedan los hechos; y las personas, con la calma y el sosiego que da el tiempo, podemos elegir en conciencia personas y hechos. El Capitán de Navío Menéndez y Jordi Pujol fueron protagonistas secundarios de aquellos hechos; hoy nadie sabe nada del primero. Del segundo sabemos que él mismo, y toda su familia, están imputados por el el caso más grave de corrupción de la Democracia.
Hoy, 40 años después, España vive un nuevo golpe de Estado.
Sobre los motivos que impulsaron a las personas a aquel ya lejano perpetrado el
23 de febrero de 1981 y los que impulsaron e impulsan al más reciente y actual
en Cataluña solo lo saben las conciencias de las personas que lo ejecutaron y
ejecutan. No es el objeto de este escrito entrar en las motivaciones de las
personas. Ni soy golpista, ni me gusta la violencia. Hace tiempo que me cuesta
ir a votar.
Pero a modo particular, y en la libertad que me da ser un
ciudadano libre (por lo menos hasta ahora) tengo la certeza de que aquellos
golpistas no tienen nada que ver con éstos en lo que se refiere a dignidad,
que, recuerdo, es la cualidad que te hace valer como persona y que indica
respeto hacia sí mismo.
Aquellos asumieron las consecuencias. Renunciaron a
cantidades ingentes de dinero. Renunciaron a abandonar su patria, España,
porque así lo juraron en su momento. Exigieron un indulto para los
subordinados. Durante el juicio no dijeron nunca jamás nada que perjudicara a
España y reconocieron los hechos sin buscar justificaciones. En ningún momento
instigaron a las personas a salir a las calles a enfrentarlos con “la otra
parte” conscientes del peligro que eso era para los españoles (las personas que
vivimos aquella época sabemos bien que había mucha gente que quería salir). Jamás se han plegado o han cedido a las múltiples ofertas
económicas que las cadenas de televisión les han ofrecido a cambio de contar lo que pasó; incluso a cambio incluso de inventar algo con que poder abrir un programa. El Teniente Coronel
Tejero vive de los 600 euros mensuales que le corresponde por su jubilación
como militar.
Éstos han cogido todo el dinero posible de la caja de todos
los españoles; un dinero sacado de los impuestos pagados por los agricultores, médicos, periodistas, profesores de España
para sufragar los gastos que conllevan sus abogados, viajes y estancias en el
extranjero, pagos a “embajadas” y todo tipo de infraestructuras necesarias y
muy costosas que requieren sus ideas olvidando lo que juraron y/o prometieron
al ocupar sus cargos: destinarlo a mejorar la vida de los ciudadanos:
pensiones, becas, paro, sueldos precarios, etc etc. Huyeron de España y/o Cataluña, su patria para no
asumir la consecuencia de sus actos. Exigen indultos para los altos cargos que
protagonizaron el Golpe de Estado el 1
de octubre del 2107, Golpe de Estado que el propio Josep Borrell, actual Ministro del PSOE, definió como “el Golpe de
Estado de un régimen neodictatorial”, dejando a sus subordinados, en este caso
estudiantes, al frente de las ilegales urnas para que recibieran éstos los
golpes y no ellos, escondidos en sus casas. En cuanto fueron citados por la
Fiscalía dijeron que “no sabían nada”, ”que era una ficción”, ”que la culpa era
de los otros”. No hay día que no se convoquen manifestaciones para buscar
enfrentamientos, conscientes del peligro que supone para los españoles. Y,
desde luego, un día sí y otro también, éstos andan por los platós televisivos
para “prepararse un futuro de tertuliano” al margen de la política.
Los hechos que movieron a aquellas personas a dar el Golpe de
Estado aquel lejano 23 de febrero de 1981, al igual que lo que mueve a los
actuales a dar el Golpe de Estado en este cercano 2017, lo que hubo y hay detrás, lo que aconteció
antes, durante y después de aquella larga madrugada, al igual que lo que se
cuece en las negociaciones entre los actuales gobernantes y los huidos,
tendremos que esperar muchos años para saberlo.
Los que participaron en el año 1981 han cumplido condena. Los
actuales: está por ver.
Mientras tanto los ventajistas, como el historiador Enrique
Barrera, se apuntan al carro del oportunismo y aseguran que el Teniente Coronel
Tejero vivía en el Castillo de La Palma, entre mariscadas, con un trato vip y con mayordomo en el castillo
de La Palma en Ferrol.
Yo visité al Teniente Coronel Tejero en el otoño de 1982. Fui
de visita para cumplir una promesa hecha a una tercera persona. Comí una sopa de
verduras y un filete; de postre: un flan. El “mayordomo” era un soldado al cual
El Teniente Coronel Tejero invitó a comer con nosotros.
En este caso no hace falta que me cuente nada nadie. Lo viví
yo. Y no escuché ningún reproche a “aquel” que lo dejo tirado, aquella autoridad que no apareció. Ningún reproche
a ningún compañero. Ninguna justificación a lo que hicieron todos ellos. Al despedirnos
solo me pidió un favor: si podía hacerle llegar un tipo de sello a los que
tenía especial aprecio para utilizarlos en los sobres con los que contestaba
personalmente todas las cartas que le mandaban.
Le conseguí los sellos. Y ese es nuestro único secreto
compartido: lo que adornaba aquellos sellos.
Nunca he vuelto a tener contacto con él. Han pasado más de 30
años desde aquel 1981 a este 2107. De nuevo España envuelta en un Golpe de
Estado. Ojalá el que estamos viviendo acabe como aquel. Yo tengo mis dudas.