El gran jurado de
Pensilvania (E.E.U.U.) ha concluido su informe sobre los abusos sexuales
cometidos por 300 sacerdotes sobre más de 1.000 menores.
Si la información por
sí sola causa estupor e indignación, más lo es que la cúpula eclesiástica
católica encubrió sistemáticamente estos abusos durante décadas.
Tarde, muy tarde, salen
a la luz estos casos atroces cometidos contra menores que ponen a la Iglesia
Católica ante una crisis de orden interno de enormes dimensiones. Poco se puede
añadir. La noticia habla por sí sola.
Lo que toca, supongo,
en el seno de la Iglesia Católica, es una profunda reflexión y un
replanteamiento de los controles y seguimientos de las personas; una limpieza de
la cara exterior de la CASA, de la fachada que queda tan terriblemente manchada
y deteriorada.
Mi trabajo, actividades
me han llevado, y llevan, a conocer a muy diferentes personas en sus
planteamientos de vida, costumbres, color de piel y procedencia. Culturas
diametralmente opuestas, personas que pertenecen a sociedades muy distintas,
que me han dado una visión muy amplia de las gentes. Si a esta “suerte” añado
mi afición a los libros, también en este caso con lecturas de muy diferente
signo y procedencia, suelo ubicar –o al menos lo intento- cada situación con la
ecuanimidad que tantas opiniones me han ido regalando.
Y si mis ideas sufren
vaivenes y van cambiando de la mano de una sociedad que camina a una velocidad
impensable hace años y compuesta por gentes tan diversas, algo sí mantengo
claro: mis ideas y pensamientos, equivocadas o no, me las marco yo; y no los
gurús de las ideologías, siempre al acecho para pasear un odio, el sentimiento
más negativo que existe, entre las personas.
Considerar y/o
calificar la terrible maldad que se desprende de los hechos acaecidos en
Pensilvania no admite ninguna duda. ¡Está ahí! No admite dudas y merece la más drástica actuación de la
justicia y de la Iglesia desde su organización interna.
Mi condena más
absoluta.
En un pequeño pueblo de Albania, la hermana Alma Lucía, misionera
de la caridad de Teresa de Calcuta, cuida de niños y niñas, adolescentes y
adultos en situación de abandono total y absoluto. Se trata de gentes cuyo
valor como personas es inexistente, abandonadas a su destino, sin protección
social de ningún tipo, sin seguridad jurídica ni atención médica alguna; son
personas que de la mano de una religiosa pueden considerarse PERSONAS.
Hace un par de años me iba a desplazar con un grupo de voluntarios a Lodwar, pequeña
población de Kenya, para trabajar con un grupo de niñas en situación de riesgo
y abandono importante. En esta localidad dos religiosas, las hermanas Ana Maza
y Felicitas, trabajan desde hace años con un grupo aproximado de 100 niñas. La
actividad por la que yo me iba a desplazar iba a durar un mes y consistía en
marcarles unas pautas a través del deporte que pudieran mejorar sus “vida”. Dos
semanas antes el grupo terrorista Boko Haram asesinó a más de 100 personas a
escasos 20 km del lugar donde nos íbamos a desplazar. La zona fue desalojada de
inmediato y las ONG que estaban trabajando por la zona tuvieron que marchar. No
hace falta explicar cómo y de qué manera
actúa Boko Haram con las personas, y mucho más con las niñas y/o mujeres,
cuando “caen en su poder”. Sólo dos personas se mantuvieron allí al cuidado de
las niñas: las hermanas Ana Maza y Felicitas.
En el centro Penitenciario Madrid I de Mujeres de Alcalá
Meco, permanecen un grupo muy amplio de chicas jóvenes privadas de libertad por
delitos menores. Pequeños tráficos de drogas, hurtos… han llevado a estas
mujeres a permanecer en prisión. Reclaman más atención por parte de sus
“abogados de oficio” que pasan 10 minutos escasos cuando están recién
ingresadas y “si te he visto no me acuerdo”. Todos los viernes una mujer de 90
años, de paisano, acude a escuchar a este grupo de mujeres; a tratar de
humanizar sus vidas con palabras de apoyo y aliento. De humanizar las vidas de
aquellas a donde los “políticos” ni acuden ni preguntan…son pocos votos. La
mujer que acude es una religiosa de la orden de las Ursulinas. Sé lo que digo.
Nadie me lo ha contado. La veo asiduamente. Muy asiduamente.
En la Comunidad de Madrid funcionan 26 comedores sociales que
atienden a ¡2.500.000! de personas. Dichos centros están gestionados por
Caritas, organización católica y son atendidos por cientos de voluntarios. Las
colas de personas en algunos de estos centros empiezan a funcionar una hora
antes. Personas de muy diferentes edades, mujeres, hombres…; personas con
historias de abandono y soledad absoluta.
Nada más lejos de mi
intención justificar con este escrito lo ocurrido.
El perdón de los
“agredidos” y la situación de los “agresores” quedan para su parcela privada,
en el caso de los primeros, y para la parcela de la justicia en el caso de los segundos.
Pero incluir en nuestro
juicio a todos los miembros de la Iglesia Católica por los desmanes, errores,
delitos cometidos por estos 300 sacerdotes
es un argumento simplista e infantil. Y aunque hoy y ahora no sea lo políticamente
correcto, me quedo con la hermana Alma Lucía, las hermanas Ana Mazas y
Felicitas, a mi querida “AMIGA” de las Ursulinas o con las personas encargadas
de los comedores de Caritas.