"lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad" Karl A. Menninger



Agosto 2108,
Teníamos el vuelo Venecia – Madrid programado para las 20.00 de la tarde de forma que nos permitía la mañana libre para darnos una vuelta por la sorprendente y bellísima  ciudad italiana. Las personas que habíamos elegido esta opción para pasar la última mañana del viaje fuimos citados a las 10.00 en un salón para poder organizar el equipaje y coordinar los traslados al aeropuerto. Ese tiempo de espera hasta las 10.00 lo dediqué a un paseo que me llevó, desde luego “sin intención de escuchar” y por pura casualidad, a oír una conversación telefónica que un señor de unos 40 años estaba teniendo con alguien al otro lado del móvil. Por mucho que uno no quiera escuchar diálogos que no le pertenecen, a veces el propio volumen del interlocutor y/o la temática nos lleva a “escuchar” en vez de “oir”.
Y así escuché lo que aquel individuo decía: “estoy hasta los cojones del niño”, “a ver si ya se termina el viajecito con esta imbécil”, “una semana aguantando a esta tía y al puto niño”,…y un largo etc. que prefiero omitir.
Me alejé y allí quedó aquel hombre compartiendo sus “sensaciones” con el/la oyente al otro lado del Oceáno, a miles de kilómetros de donde estábamos.
Una hora después volvimos a vernos. Y fue en el taxi-barco que nos acercó a través del Canal Regio a la Plaza de San Marcos. Y durante ese trayecto tuve la oportunidad de conocer “a la imbécil” y al “puto niño”. Ella una mujer de unos 40 años de buen aspecto, con total ausencia (por lo menos así se dejaba ver en sus formas) de conocimiento de los sentimientos que se podían deducir por la conversación telefónica previa hacia el que era su pareja. Y junto a ella:“el puto niño”. Éste era un niño de unos 8 años, callado, ausente y ante todo totalmente aburrido; aburrimiento que la madre trataba de paliar con frases que provocaran interés en el niño, con palabras que intentaban a ofrecer a la criatura todo tipo de conversaciones que paliaran su desgana, apatía, indiferencia y sopor. A unos 5 metros, el padre andaba absorto y en “su mundo” que sólo interrumpió varias veces para advertir al niño de castigo inmediato si no se estaba quieto y culpar a la madre de la permanente actividad del crío.
Y aquella fue la penúltima vez que los vi. La última fue en el aeropuerto de Madrid en donde me sorprendió la felicidad  que ambos adultos mostraban en contraste con el niño que se mantenía en una actitud muy parecida a la que demostró en Venecia: en “su mundo”, un mundo en el que vaga con desgana, apatía e indiferencia; a merced de aquello y/o aquellos que cubran con dos o tres palabras o gestos el vacío con el que caminará en su adolescencia para acabar su formación e incorporarse al mundo de los adultos.  

Agosto 2017,
Landerneau es un pueblo pequeño situado en la región de Bretaña. En esta localidad vivió Jacqueline Roque, última esposa de Pablo Picasso, y la hija de ambos, Catherine Hatin. Y allí, en Landerneau, había una exposición de Picasso.
El plan de aquella mañana consistió en visitar las 10 salas en donde estaban expuestas obras de la última época del pintor: cuadros y dibujos que abarcaban la época azul y rosa, el cubismo, realismo y/o neoclasicismo. Sorprende en este pequeño, acogedor y familiar museo la casi total ausencia de vigilancia. En la entrada un gendarme y dentro cámaras de vigilancia y control, pero a todas luces escasa para las obras que allí colgaban. En resumen: un lugar extraordinario para los estudiosos de la obra de Picasso o de cualquier intelectual de la pintura. Y estando contemplando una de las obras recibo un “cariñoso” empujón de una persona que busca lugar preferente para ver la pintura que a ambos nos gusta; la protagonista: una niña de unos 8 años con unos rizos entre pelirrojos y rubios, despeinada y vestida con un traje rojo. Una vez conseguida su posición y dejada en el suelo la pequeña libreta que lleva, prepara su cámara de fotos para “inmortalizar” la obra que anda buscando. Echo uno ojo al cuadernillo y alcanzo a ver sus anotaciones y dibujos. Entonces la pequeña se gira y me obsequia con una sonrisa de oreja a oreja que sustituye a lo que hubiera sido más correcto “pardon”. A pocos metros aparece un hombre de unos 40 años que de manera más formal y educada sustituye el esperado “pardon” de la niña por un correctísimo “disculpe, es mi hija” en castellano. Observar a la pareja hija-padre me llevó a averiguar que  el “juego” que tenía tan interesada a la niña consistía en que el padre le explicaba alguna de las obras que en el museo había, y ella, después de encontrarla, la fotografiaba. Y así transcurrió mi visita por el museo de Landerneau: breves paradas ante las obras, empujones a semejanza de los más afamados pivots de la NBA por parte de mi pequeña acompañante, la posterior sonrisa de oreja a oreja de ésta y la disculpa del padre.
Tanta “comunicación” entre la hija, el padre y yo llevó a despedirnos de manera muy afectuosa. El padre, supongo, un poco abochornado por tanta molestia protagonizada por su hija, la hija feliz por ser la más importante “conocedora y estudiosa” del museo y yo admirado por la sintonía conseguida entre padre-hija que de la mano de la cultura coloca a la niña en una posición privilegiada ante la posterior incorporación de nuestra pelirroja en el mundo de los adultos.

En estas fechas de comienzo de un nuevo curso escolar recuerdo y enlazo ambas historias que personalmente he vivido: en Venecia y en Landernau. ¿a qué colegio acudirá “el puto niño” y cuál será la escuela donde aparecerá mi amiga pelirroja? ¿Qué aula albergará al desganado chaval y cuáles serán sus compañeras de juegos y qué patios acogerán a la despeinada niña y cuáles compañeros sufrirán sus empujones?
¿Qué será de ambos? ¿qué suerte tendrán?
¡Qué infancias tan diferentes y qué sensaciones tan diversas!
En un mundo con tantas y tantas profesiones, siempre, llegadas estas fechas, se me viene a la mente la importancia que tiene la profesión de MAESTRO. 
Apartados en consideración, en sueldos y agradecimientos de esta sociedad tan proclive a despistarse con los que realmente mueven el mundo, de manera paradójica, tienen el futuro de todos nosotros, a través de nuestros hijos e hijas, en sus manos
Causa tristeza comprobar las infraestructuras tan escasas con las que empiezan tantas escuelas su curso escolar y/o comprobar las dificultades que tienen los niños para acudir a sus clases todos los días. De la tristeza se tiene forzosamente que pasar al estupor al comprobar el nulo interés que la EDUCACIÓN despierta en los responsables en la única parcela que hace avanzar realmente a una sociedad.

Es una irresponsabilidad no entender que los adultos convertidos en agresores, irrespetuosos, egoístas y crueles con su entorno fueron algún día “putos niños”. Es una irresponsabilidad no ayudar a niñas educadas en la cultura y en el placer que aporta su inteligencia no caigan en manipuladores soeces.
Es una irresponsabilidad no entender que detrás de un buen adulto siempre hubo un GRAN MAESTRO que captó un día en un aula o un patio de la escuela la ayuda que necesitaba un niño y transformó su falta desgana, apatía, indiferencia y sopor en una sonrisa de oreja a oreja.
Mi enhorabuena a esos colegios que anuncian en la publicidad de sus centros que los éxitos obtenidos como educadores fueron aquellos niños que  “entraron siendo unos putos niños y salieron convertidos en un adultos sanos”.


                                                          Landernau; agosto 1017
a lo largo de esta entrada hay algunas expresiones que no me hubiera gustado incluir. En la duda, y en honor a aquellos maestros que consiguen verter en nuestros niños y niñas esas informaciones que les llegan de algunos adultos para convertirlas en realidades positivas que llenen sus vidas de alegría he preferido ponerlas tal cual las escuché.