Hace tiempo tuve la ocasión de participar de dos situaciones
con protagonistas parecidos pero con gestión diametralmente opuesta y diferente.
La comparto con vosotros por parecerme un fiel reflejo de
muchas situaciones que en la actualidad se viven alrededor de la Educación de
nuestra infancia.
Situémonos: año 2009 aproximadamente. Un niño, de unos 10/11
años. Alumno de un colegio público de Madrid: Mirasierra.
Unos años antes, allá por 2007/08, la madre del niño, al que
de ahora en adelante vamos a llamar Juan, me hizo una consulta peculiar sobre
la afición que estaba descubriendo en su hijo y de la cual estaba “felizmente
preocupada”; consideraba a su Juan un genio de la música y no sabía cómo ni de
qué manera organizar la carrera musical del niño. Con la madre en cuestión
tenía una buena relación profesional puesto que éramos socios en diferentes
actividades relacionadas con la organización de actividades culturales y
deportivas para niños en Madrid. Ella dirigía, dentro de la estructura de la sociedad,
la parcela relacionada con las actividades de nieve y yo los temas culturales
entre los cuales se encontraba la música. De ahí su consulta.
Le facilité varios contactos y poco supe más de la carrera
musical de Juan.
Un año después de aquella consulta, me comentó una nueva
inquietud que la tenía preocupada: consideraba a su hijo, por aquella época de
unos 8 años de edad, una auténtica belleza; y lo que en un principio era un
orgullo como madre pues “provocaba las continuas paradas de las personas por la
calle para mirar a Juan” se convirtió en un gran desvelo: tenía el
convencimiento de que su hijo podía ser raptado para lo que tomó una serie de
medidas preventivas entre las que destacaban la colocación de cámaras de
seguridad dentro de su casa y la obligatoriedad de acudir siempre al
supermercado, en aquellos casos que fuera con Juan, acompañada de una tercera
persona que efectuaba las labores de vigilancia.
Poco tiempo después Juan apareció en casa con su “primer
suspenso”…en matemáticas. El colegio no dio mayor importancia a ese
contratiempo del chico y lo consideró uno de los cientos de miles de suspensos
que la población escolar tiene en España. Pero la madre sacó otra conclusión:
su hijo era, y aún hoy lo considera, una persona de talento superior y acusó al
colegio de tener un profesorado que no estaba a la altura del hijo. A lo largo
de aquella tensa reunión la madre aprovechó para denunciar un posible acoso a
su hijo que era perseguido por su atractivo físico por niños y niñas del centro y que
habían provocado en Juan reacciones “preocupantes”…entre las que figuraba su
expreso deseo de no acudir más a clase en donde todas y todos le estaban
marginando. Aquella reunión fue el preámbulo de una drástica decisión que Juan
tomó: dejó de acudir a clase allá por el mes de febrero.
Hoy, pasados muchos años, he hablado casualmente con la
madre; pregunté por Juan y me ha puesto muy rápido al día: lleva varios años de
colegio en colegio, no ha encontrado una escuela de música al nivel del hijo y
se mantiene extraordinariamente atractivo. Hoy Juan tiene 20 años.
Por aquel año 2009 conocí a una niña, Paloma, que pertenecía
al grupo de amigas del colegio de una de mis hijas. Divertida y alegre era, y
es, considerada por sus compañeras de clase como de las buenas estudiantes.
Pero por aquellas fechas, Paloma, fue protagonista de una
“sorprendente” situación en clase: su primer suspenso. En matemáticas. Al
disgusto que supuso para la chica aquel contratiempo hubo que añadir una
peculiar manera de recibir la comunicación. Y es que la profesora de
matemáticas tenía por costumbre comunicar en público las notas de cada una de
las alumnas y efectuar un pequeño comentario sobre los motivos de la
calificación. Paloma no fue nombrada. Un descuido de la profesora. Descuido que
la niña puso en conocimiento de la profesora: “¿señorita: y yo qué nota he
sacado?” a lo que la profesora contestó de manera muy gráfica: “si quieres te
lo digo rodando”… lo que dejó muy claro para la niña y el grupo de clase la
nota: un cero.
Y llegó el recreo.
Y Paloma se convirtió en el centro de atención. Alrededor de
ella risas y risas por el comentario de la profesora, siempre aguda y cuyo
prestigio entre las alumnas no admitía dudas. Paloma no dijo nada en casa…”mis
padres me matan”… decía entre risas. Y el contratiempo se solucionó con horas
extraordinarias que pasaron Paloma y la profesora de matemáticas. En los
recreos, en los pequeños tiempos libres entre el comedor y las primeras clases
de la tarde… cualquier momento de “descanso” eran dedicados por la
profesora/alumna para corregir aquel suspenso.
Hoy, pasados muchos años, Paloma viene mucho por casa. Mi
hija y ella ya no son compañeras de curso de aquel año 2009. Ahora son amigas.
Más de una vez recuerdan a su profesora de matemáticas del
colegio. Y el recuerdo es una combinación de risas, agradecimiento y admiración
hacía aquella maestra. Aún la ven…y aún se ríen.
Paloma fue una brillantísima alumna en la universidad. En la
actualidad prepara una de las oposiciones más duras que hay en España. De
aquellas que requieren años de estudio. Ni ella, ni mi hija, ni sus antiguas
compañeras de clase, ni incluso su profesora de matemáticas tienen dudas:
aprobará.
Dicen los entendidos en la materia que cuando se produce la
alineación de ciertos planetas y astros se desarrolla una energía positiva que
nos influye a todos.
En la Educación también existe esa alineación. Para mí no hay
duda.
Cuando se alinean familia, escuela, maestro, alumna y colegio
aparece una energía positiva que produce niñas fuertes, sanas, alegres y
seguras.
Hace tiempo que no sé mucho de Juan. El mundo es muy amplio y
permite ubicación diferente a tantas y tantas personas que lo poblamos.
¡Suerte Juan!
¡Enhorabuena Paloma!
los nombres de Juan y Paloma son ficticios.
El colegio en donde estudiaron Paloma y mi hija sí me gustaría citarlo: colegio MONTEALTO de Madrid.