“Conocí a Guillermo Gutiérrez en Tokio. Fue en mayo del 67.
Era como John Wayne: feo, fuerte y formal (así lo describía la mujer del actor
para protegerlo de la marabunta de admiradoras). Pintaba cuadros diminutos y
leía como un poseso. Había nacido en Sama de Langreo. Su familia era humilde..
Huyó a París, se fue a pescar sardinas en Islandia y acabó en Japón. No tenía
un chavo, pero era rico, como el Ulises de Cavafis, en saber, en amor y en
vida.. Nuestra amistad fue instantánea. El día en que coincidí con él al arrimo
de una academia de mala muerte donde daba clases de español estuvimos cuarenta
horas seguidas charla que te charla. Los dos éramos jipis y trotamundos.
Volvimos a encontrarnos ya en España, se vino conmigo a Soria una y otra vez, a
Montsegut, a cruzar el Sáhara, a vivir a Senegal, a tomar ácidos en compañía de Úrculo y Chicho Sánchez Ferlosio, entre otros, ya a recorrer grutas
prehistóricas de la cornisa cantábrica en busca de Gárgoris y Habidis. Alquiló
una casa en Cudillero y allí se desnucó mientras tiraba de una mesa con una
soga. Eso pasó en la Semana Santa del 79.
Algunos años después un policía
municipal de Sama llamó a la puerta de uno de los mejores amigos de Guillermo.
Lo era desde la infancia. Traía una carta enviada desde Japón por una novia
antigua. En el sobre sólo ponía el nombre de su amado, sin dirección alguna, y
otro nombre en su reverso: el de la chica en cuestión, que había remitido su
misiva al Ayuntamiento. Dentro de ella, en un inglés torpón, Kiyoko Masuzaki
decía que no tenía noticias de su novio desde hacía tiempo y que estaba
preocupada. El amigo de la niñez respondió poniéndola al tanto de su muerte.
Pocos días después alguien telefoneó desde la estación de Oviedo. Era Kiyoko,
que se había plantado allí. El viejo amigo fue a Oviedo, vio a una chica de
rasgos orientales sentada sobre una maleta y la cogió en su casa. Estaba sola y
no sabía ni una sola palabra de español. Quería visitar la tumba de Guillermo.
La llevaron a ella.. Dejó unas flores, rezó y lloró durante una hora.
Con él, con él, con él…
Luego regresó a
su país. Mónica, la hija del viejo amigo, me envió hace pocos días un correo en
el que me contaba esta love story. Acababa de leer un libro mío en el que hablo
de Guillermo. Ella dejó de verlo cuando tenía siete años, pero aún recuerda los
cuentos que le contaba y las canciones que le cantaba. Creció y tuvo un hijo.
Se llama Guillermo.”
Fernando Sánchez Dragó
8 de septiembre de 2019
No he podido resistirme a compartir esta historia.
Época de
mucho daño emocional.
Figuras de una vulgaridad intelectual y humana insultante que con una descarada doble autoridad y moralidad, dogmatizan sobre personas y sus vidas sin respetar algo tan
serio y digno de la más alta consideración como es un drama humano.
Periodismo
retransmitiendo en directo, como si fuera un directo deportivo de minuto y
resultado, lo que es en realidad la terrible soledad de la persona, de UNA
PERSONA.
Me produce repulsa a la vez que tristeza las grandilocuentes
exclamaciones de apoyo y dolor homenajeando tarde, siempre tarde, intentando
sanear conciencias de aquellos que están en deuda y llegan a deshora.
Muchos “cuánto te queríamos, Blanca, ¡cuánto!” rodeado de
esta chismoprensa siempre al acecho.
He traído este maravilloso relato de Fernando Sánchez Dragó
en el convencimiento de que, el mismo día en que se esté inaugurando algún
Pabellón y/o Albergue con el nombre de Blanca Fernández Ochoa y en presencia de
un buen número de políticos, LA PERSONA tendrá la visita en el pico de La
Peñota de su Kiyoko Masuzukki que, sin cámaras ni seguimiento mediático, rezará y
llorará.
“con ella, con ella, con ella…”
Descanse en paz