“la guerra es el arte de destruir a los hombres, la política
es el arte de engañarlas”. No recuerdo donde ni cuando leí esta frase, pero la
noto y la siento de rabiosa actualidad.
En esta España de rencores tan vivos, donde sembrar odio
hacia tus semejantes tiene una cabida superior a cualquier país del mundo, el
relato de la contienda Civil que nuestros padres/abuelos tuvieron la desgracia
de padecer, cuenta con un nuevo invitado, La Memoria Histórica, que pretende,
90 años después, VIVIR de nuevo aquel período tan triste de nuestra historia.
Catalogar a hombres y mujeres como buenos o malos según su ideología de aquel
momento, su pertenencia a un bando u otro, es un ejercicio infame y maligno.
Pero nuestros políticos, fieles a su estrategia en el arte de
engañar, trabajan sin descanso para hacernos pensar que los buenos estaban en
un sitio y los malos en otro, omitiendo que la bondad y/o la maldad son algo
mucho más profundo. Cierto es que la siembra negativa tiene un refugio más
fácil: el mal se asienta rápido porque va cuesta abajo, mientras la bondad va
cuesta arriba.
Bogotá es la capital de Colombia. Por el año 1950 se asentó
un joven matrimonio español. Él oftalmólogo de 28/30 años, y ella una joven de
22/24 años. En la bella ciudad colombiana instalaron una consulta médica.
En un corto espacio de tiempo la clientela del doctor se
asienta. Españoles residentes en Bogotá acuden a la consulta del médico
español. Al mismo tiempo el joven matrimonio va haciendo amistades en los
españoles residentes en Colombia; entre ellos está Julián Ayesta, joven
diplomático español de unos 30 años y que por aquellas fechas ha contraído
matrimonio con Alicia Holguín Calderón, hija y nieta de importantes políticos
colombianos. Julián trabaja en la embajada española e invita al oftalmólogo recién
aterrizado y a su mujer a una fiesta en la Embajada española en Bogotá.
El embajador al frente de la Embajada es don José María
Alfaro Polanco que ejerce su cargo desde el año 1950. Se trata de un personaje
de una cultura y preparación extraordinaria; no obstante José María acudía 10
años antes, y mientras vivía en Madrid, a tertulias literarias y que contaban
con la presencia de ilustres intelectuales como Manuel Machado, Dionisio
Ridruejo o Sánchez Mazas. La llegada al poder del general Franco ha llevado a
José María Alfaro a esta importante embajada situada en un país de enorme
importancia política para marcar y establecer las pautas y estrategias del
nuevo régimen que gobierna en España en Sud América.
Más de uno queda un poco sorprendido por la designación para
este importante cargo de un personaje que nunca ocultó su “libertad de
pensamiento” como lo demuestra que visitó a Miguel Hernández en la cárcel acompañado
por su compañero de tertulias literarias Rafael Sánchez Mazas. Sea cual fuere
la motivación del General Franco para incorporar a un personaje no demasiado
afín al régimen al puesto de embajador en Bogotá, las realidad es que los tres matrimonios encajan y conectan de
manera rápida a la perfección; y Luis, Carmen Pilar, Julián y Alicia no solo
son invitados a todas las recepciones y fiestas que en la Embajada española se
celebran, sino que participan de frecuentes cenas privadas. En éstas los seis disfrutan
de tertulias literarias que de la mano de Julián Ayesta, autor más tarde de una
de las novelas más importantes del siglo XX, “Helena o el mar del verano”, y José María Alfaro se convierten en una
experiencia cultural única. Julián y José María no centran toda la atención de
los demás; Carmen Pilar tiene también mucho que contar: pertenece a una muy
ilustre familia de toreros españoles, los Bienvenida, que se ha visto inmersa
en mil y una peripecias en la recién terminada Guerra Civil.
Una calurosa tarde de agosto, la consulta del doctor se ve alterada
por una visita. La voz de “alarma” la da la enfermera/secretaria cuyo trabajo
consiste en recibir a los pacientes e ir dándoles entrada al despacho en donde
el doctor los va atendiendo.
Y es que el orden y la
monotonía de la sala de espera de la consulta se ha visto alterada por
la presencia de don Luis de Zulueta, ilustrísimo personaje español exiliado en
Colombia.
Luis de Zulueta mantenía correspondencia fluida con don Miguel
de Unamuno; fue pionero de la investigación genética en España y Ministro del
Gobierno de la II República Española entre los años 1.931 y 1.933. Manuel Azaña
lo puso al frente de la embajada española en Berlín en los años 1.934 y 1.935
lo que muestra la importancia de este personaje colocado al frente de la
embajada más “caliente” de la época. Más tarde ocupó el mismo cargo en la Santa
Sede sin duda otro punto vital en las relaciones entre Estados en Europa. La
llegada al poder del General Franco le lleva a un rápido exilio a Colombia, y
allí consigue el puesto de profesor en la Escuela Superior Normal de Bogotá.
Este Luis de Zulueta es el mismo que está sentado en la
consulta del joven doctor español. Pocas de las personas que en aquel momento
esperan su turno y comparten espacio con don Luis no reconocen al personaje.
Éste, tímido y poco dado al protagonismo, espera su turno. Hay cinco pacientes
por delante del Señor Zulueta. No obstante el doctor da la orden que don Luis
pase el primero. Nadie protesta.
Aquella noche el doctor cuenta a Carmen Pilar la presencia de
aquel hombre parco en palabras. Durante la consulta el profesor le ha hecho
partícipe al doctor de vivencias de su querida España, de los amigos que tan
lejos quedaron. Entre ellos uno muy especial: el escritor Eduardo Marquina.
Escuchar aquel nombre no altera el pulso del doctor; sin embargo sí altera el
de Carmen Pilar. Eduardo Marquina, personaje muy significativo de la literatura
española, era asiduo visitante de la finca “La Gloria” que la familia
Bienvenida tenía cercana a Sevilla, y que siempre, antes de despedirse de “los
mayores”, regalaba un libro de literatura clásica española a aquella niña de 8,
9 años, única hija del Papa Negro, apodo con el que se conocía al patriarca de
aquella familia española. Aquella niña era Carmen Pilar.
Un par de meses más tarde, a mediados de noviembre, don José
María Alfaro conoce de boca del doctor la visita del exiliado. Su reacción
sorprende, no solo por la decisión que determina, sino por la seguridad que
demuestra: “me gustaría recibir a don Luis de Zulueta en la Embajada; ¿podéis
tú y Julián hacerme esa gestión?”.
La decisión entrañaba muy altos riesgos para la presente y
futura carrera de don José María Alfaro. Que un hecho tan relevante llegara a
oídos del inquilino del Palacio de El Pardo era solo un problema de tiempo…de
muy corto tiempo.
Un mes más tarde un coche oficial entra en las instalaciones
de la Embajada Española en Bogotá.
Desde la verja de entrada hasta las instalaciones propias de
la Embajada en Bogotá hay unos 50 metros de jardines. Para acceder a la
residencia del embajador hay que subir una majestuosa escalera de unos 10
escalones. El automóvil se detiene y es el propio embajador quién abre la
puerta de don Luis de Zulueta. Cuando éste desciende del coche se encuentra a
las 34 personas que trabajan en la Embajada; todos con sus uniformes y trajes
de gala. Aquellos el personal de cocina, jardinería y pertenecientes al
personal de mantenimiento, éstos a las labores de oficina: agregados
culturales, secretarios y secretarias.
Don Luis sube pausadamente las escaleras al término de las
cuales están los dos matrimonios españoles: Luis y Carmen Pilar…, Julián y
Alicia.
El profesor de la Escuela Normal de Bogotá no puede contener
las lágrimas.
Los protocolos a los que están sometidas las embajadas en el
mundo entero son de una extrema rigidez; en aquella época y en la muy observada
España aún más. En el amplio escalafón de los protocolos diplomáticos se
contempla desde la visita considerada “clandestina” hasta la de máxima
importancia que afecta a jefes de Estado. Don Luis de Zulueta tuvo los máximos
honores: aquellos reservados para las más altas autoridades.
Pasaron los días y a las oficinas de la Embajada española en
Bogotá llega un fax desde España con instrucciones que atañen al día a día del
funcionamiento de la representación diplomática. Ninguna alusión a la visita
del ilustre exiliado; únicamente una
escueta y cariñosa despedida dedicada al Embajador: “feliz Navidad”
LA MEMORIA HISTÓRICA.
Luis de Zulueta y Eduardo Marquina
Julián Ayesta, Carmen Pilar Mejías, José María Alfaro, Alicia Holguín y Luis Casero