los ángeles del hospital



Dedica las primeras horas de la mañana a su rutinario paseo con la habitual parada  en la cafetería de siempre. En la estación final de la caminata aprovecha para adentrarse en la lectura de los diarios.
Y de repente, sin previo aviso, empieza a sentirse incómodo; una pequeña dolencia va conduciéndole a un suplicio. Y a la angustia del “¿qué será?”
Así se viven “los sustos” por los que en un espacio mínimo de tiempo se pierde la fortaleza y el vigor para ir asentándote en una mezcla de preocupación y desazón.
Final…y principio de la historia. El final: la llegada a urgencias al Hospital Universitario Sanchinarro de Madrid y el principio: el posterior traslado e ingreso en el Policlínico HM Suchil.

Una de sus condiciones es hormiguear en ambientes nuevos. De manera sencilla y espontánea se ve incorporado al mundo del hospital, las vibraciones y palpitaciones de sus gentes al tiempo que tiene la posibilidad de asimilar el ambiente. Y en las formas en que el ambiente se cuela en las personas, se encuentra la razón de los “dónde, por qué y para qué” del lugar. Las personas que van a convivir contigo son las encargadas de crear el ambiente.
Camareros en restaurantes, acomodadores en los teatros, recepcionistas en hoteles…, son generadores del ambiente de los emplazamientos. Y lo primero que le llama la atención es la enorme dificultad en la que deben de manejarse estos generadores de ambiente en el hospital. Posiblemente sea el único lugar donde te presentas con nulo deseo  de haber sido “invitado” y con la certeza total y absoluta de salir lo antes posible; a lo que debemos de añadir que la actitud del “cliente” aglutina todo lo enviciado de las personas: tristeza, lamentaciones y una alta carga de preocupación, trinidad perfecta para pervertir cualquier ambiente.
La estancia ha sido medianamente larga. Y en ese tiempo de lenta y paciente recuperación  ha podido convivir con los generadores de ambientes del Hospital HM Suchil: médicos, enfermeros y personal de limpieza.

Al principio ha estado “encarcelado”. Reposo absoluto y dieta estricta…tan rigurosa que el primer trago de agua se produce tres días después del ingreso. Tiempo de ir haciéndote con los “carceleros”. Son los primeros que van marcando las reglas. Y el temor que le domina al no tener todavía muy claro qué ocasionó aquella primera dolencia que le ha llevado a incorporarle al Hospital, va teniendo un espacio de sosiego que nace de la pequeña parcela que ocupan su tiempo la visita de médico (una vez al día), enfermeros (en este caso más enfermeras) y personal de limpieza.
Y le van conquistando. Cada uno con su estilo, sus formas y sus miradas; pero todos juntos con un denominador común que les une: el encanto entendido como “la forma de conseguir la respuesta “sí” sin haber hecho una pregunta clara” (Albert Camus).
Y en los constantes asaltos a media noche, en ese duermevela en el que está sumido, empieza a conocer a su nueva familia. “¿cómo estamos?”… ”¿ha descansado algo?”… ”disculpe”, frase previa a los pequeños estropicios que le están haciendo. Y son esas noches las que te acercan a los nombres (Alejandro, Eva, Marta…); no es un esfuerzo muy grande averiguarlos…cada uno lleva un cartel incorporado a sus batas, unas azules y otras blancas.
El ajetreo de las visitas nocturnas se ve potenciado por el personal de limpieza. Otro trabajo…mismo estilo: educación y siempre una palabra o una frase. “se le ve mejor”… “en cuanto se descuide está Vd fuera”… y la zalamera “¡qué ordenada tiene Vd la habitación!”. Porque zalamero es decirle eso a un enfermo postrado en la cama y con nula posibilidad de desordenar.
Y en tiempos de bastante ausencia de decoro y escasa atención en la imagen, la cercanía de esas “íntimas” curas le ha permitido observar el perfecto aseo de las/os enfermeras. No solo en su atuendo, qué también, sino en sus manos, uñas, pelo y el aroma. Personas cuidadas.  
Pasado un tiempo consigue obtener su primer permiso “carcelario” en forma de un paseo por la planta, previo a los sucesivos que le irán dando conocimiento de los vecinos de planta: el empresario perfectamente trajeado que entra y sale continuamente de la habitación con el imprescindible móvil. La pareja madre/hija con un sorprendente parecido que caminan lentas. Ambas guapas pero inexpresivas;  ella, la hija, es la enferma como la delata su bata azul. Pasados dos días él lo tiene claro: son las que más anhelan salir de allí.
En esas rondas se cruza cada día con alguna persona. Unos repiten, otras son conocidas. Y sin embargo una permanece fiel en su sitio: es una monja de aspecto menudo de muy avanzada edad que, de pié y apoyada en la pared, se mantiene siempre en idéntica posición. Esta escena ocurre en la habitación más lejana a la suya, aquella que está al final del pasillo. ¿Descansará en algún momento?
“¿cómo está Vd?”… “bien, sr, con la hermana”.

Dios, cercano y lejano para tantos, debe de saber que con las únicas personas que no tiene que ser estricto es con “las hermanas”; ellas mismas se exigen con naturalidad lo que para el común de los humanos supone un esfuerzo extraordinario.

“¿cómo van las cosas?”…”bien, sr, con la hermana”

Día a día, se va acercando al ansiado alta médico. Y el tiempo le ha aproximado a nuevos personajes de entre los generadores de ambiente: Lili, que hace 25 años salió de Chile para buscarse la vida; está orgullosa de su trabajo. Se siente útil e indispensable. Manda, gobierna… manda.
Junto a ella el joven Aitor. Por sus dudas y cambios de ritmo se intuye estar “estrenando” trabajo. Le irá bien. Y si no ya se encargará Lili.
Ute, alemana en prácticas, capaz de sonrojarle con una tímida reflexión “con lo bien que se está en España, su comida, su gente, el buen ambiente con las compañeras, ¿por qué insisten tanto Vds, los españoles, en decir que está todo tan mal?” cuánta razón. Su ilusión a corto plazo: bailar y bailar; a largo plazo trabajar para Manos Unidas y ayudar en África. Y su pilar más fuerte: vivir ajena a las redes sociales; “solo alejan a las personas”.
El último paseo nocturno tiene una novedad: por pura casualidad ha visto durante breves segundos el interior de la habitación más lejana a la suya. Ha sido el tiempo que ha empleado una de las enfermeras en abrir y cerrar la puerta para salir. Apoyada en la pared la hermana. La enfermera utiliza una sola palabra para dirigirse a la religiosa “igual”…”gracias enfermera”.
Su último paseo le lleva a descubrir una especie de asamblea en la que participan todas y todos; ¿reivindicaciones salariales?...¿mejoras en sus condiciones? se equivoca: Ute anda dando clase de alemán a tan heterogéneo grupo. Todos a una: Kuchen=pastel, tanzen=bailar. La clase termina con una palabra a estudiar: Freude=alegría. Entre las alumnas más atentas Patricia, personaje simpático y de carácter alegre; alegría que le obliga a emplear 3 horas cada día para desplazarse desde Móstoles a su hospital…sin trasmitir ni la mínima queja cuando uno comprueba que hay un Hospital HM…en Móstoles.
Al ir a entrar en la habitación descubre de manera totalmente casual al alegre Alejandro en charla grave con la enfermera que poco tiempo antes salía de la habitación de la hermana. “Es que me da un yuyu…”
Por fin toca marcharse. El doctor dictamina “condena cumplida”. Mientras termino con el último repaso de objetos muy pendiente de no dejarme nada, recibo la visita de la enfermera de turno de mañana. “Me marcho; me da pena marcharme, pero estoy mucho mejor de salud”…”me alegra que se marche porque está Vd mucho mejor de salud. De eso se trata”.
Vestido de calle camina a la última habitación para despedirse de la hermana. Pero no está. La habitación permanece abierta. Las ventanas están abiertas y eso motiva una enorme claridad. Mucha luz. Piensa que es la luz del “yuyu” de la conversación que escuchó la noche anterior.


Este relato podría ser producto de la fantasía. Pero no. Es rigurosamente cierto, tanto en las personas como en los matices. Conozco muy bien al paciente. Soy su mejor amigo.

Dedico las primeras horas de la mañana a mi rutinario paseo con la habitual parada  en la cafetería de siempre. En la estación final de la caminata aprovecho para adentrarme en la lectura de los diarios...
Siempre he pensado que los doctores ejercen en la tierra la profesión más cercana a Dios. Sus decisiones afectan a la vida y la muerte e igualan a las personas. Fiel a esa imagen he conocido al Dr. Barrio Gordillo al que intuyo voy a tener que seguir viendo durante un tiempo.
Sin embargo el ingreso hospitalario de estos días me ha llevado al descubrimiento de las enfermeras, enfermeros y personal de limpieza. Educación, trato exquisito, empatía, una habilidad admirable para convivir con los enfermos a los que, sea cual sea su situación, carácter y/o compostura, se les dedica una atención primorosa. He tenido la posibilidad de ver enfermos sin visita alguna de familiar y/o amigo; y esa responsabilidad de sustituir la ausencia de atención del espíritu que como seres humanos estamos obligados a proporcionar a nuestros familiares es reemplazada por estos sanitarios, cuya responsabilidad va más allá de lo que les exige la ley regalando a su trabajo una humanidad impagable.

Fue un error por mi parte creer que el camino de los doctores, aquellos cercanos a Dios, se hacía en solitario. Y es que, al margen de creencias y convicciones, en esta travesía los doctores cuentan con los ángeles en forma de auxiliares de enfermería.