“alguien me dijo que el olvido está lleno de memoria”
La frase es de Mario Benedetti, y viene a mi memoria porque
con el paso del tiempo voy olvidando lecturas, personajes e historias. Y entre estos
olvidos está la anécdota, auténtica, de aquel maestro que en plena guerra civil
española, en medio de la contienda, se mantuvo fiel a su “trabajo” y a su
vocación. Entre familias enfrentadas, en un pequeño pueblo de la España
profunda, el maestro mantuvo al grupo de alumnos de la aldea atentos a sus
lecciones diarias. La escasez de medios con las que contaba la escuela le hizo
a nuestro protagonista idear soluciones para continuar impartiendo diariamente
sus clases. Y entre los más notables remedios a tanta carencia de medios estaba
la manera en que comenzaba nuestro maestro su quehacer diario con el alumnado:
acercarse al bosque cercano al pueblo en donde los escolares recogían hojas
caídas de los árboles que después eran utilizadas a modo de hojas de papel sobre
las que escribían los niños.
Y es que la profesión de educador está un peldaño por encima
de cualquier otro empleo que las personas puedan ejercer. La vocación
indispensable para ejercer como tales les convierte en seres especiales.
Posiblemente los maestros sean las personas que, para bien o para mal, marcan con
más firmeza la vida de los individuos.
Con todo no es fácil encontrar MAESTROS en un mundo tan
cambiante como el actual. Y aquellos, que con pasión comenzaron su carrera
profesional dedicándose a la enseñanza, van averiando su presteza de la mano de
“compañeros” de viaje, dañinos y tan presentes en la sociedad en la que nos movemos.
De forma que muchos de aquellos jóvenes profesores que comenzaron férreos y
seguros en su ilusión por la enseñanza, se pervierten y corrompen con el
recorrido del tiempo mudando su sueño de educadores convirtiéndose en
funcionarios acomodados, simples animadores y/o disciplinados, dóciles y
manejables individuos sometidos a los caprichos de empresarios de la educación.
Al final: muchos profesores y pocos maestros. Muchos
maquinales instructores y pocos MAESTROS capaces de “salir al bosque en busca
de hojas”.
Desde mi posición cercana al mundo de los colegios observo la
evolución de las personas dedicadas a la enseñanza.
A todos mi consideración.
A unos pocos mi respeto y mi admiración por su interés en
ayudar desde su “profesión” a crear un mundo mejor; a todos aquellos que, entre
el barro y la basura esparcido por algunos, son capaces de seguir el camino que
les marca su conciencia y su vocación.
¡¡Suerte Rafael…suerte Rafa!! ¡¡suerte MAESTRO!!