24 enero: Día Internacional de la Educación

 

Y me contestó: “hace tiempo que no sé de él, pero era el más majo de la clase”

Hace ya algunos años me ocupé de las actividades deportivas y culturales de un colegio de Toledo.

A última hora de la mañana, los alumnos del grupo considerado como mayores, 16 y 17 años, disfrutaban de media hora de descanso previo al tiempo del almuerzo del mediodía.

En la salida de una de las aulas, Ana y yo percibimos una inhabitual agitación femenina concentrada alrededor de una de las chicas, Laura, que trocó la revuelta en motín en torno a uno de los chicos del curso. Y allí acudimos a investigar los motivos del desorden del cual solo apreciamos una frase coincidente: “la culpa es de Raúl”.

Una vez dispersada la reunión nos quedamos con Laura, mientras el “acusado” Raúl permaneció a la espera. A escasos metros quedó el grupo defensor de la causa de su amiga, alternando miradas amorosas hacia la agraviada con coléricas hacia el culpado.

Y Laura, chica de una espléndida figura que completaba una cara singularmente guapa poseedora de unos inmensos ojos verdes, habló:

“Es que Raúl me ha dicho primero ´ojazos´ y después que iba a…” (omito el final de la frase fácilmente deducible).

Ana, más maestra que profesora, aportó en su charla a Laura un sinfín de argumentos conciliadores que lograron una fugaz tranquilidad en la chica; paz que duró hasta que “el coro griego” de sus amigas la acogieron y la inflamaron de nuevo contra el muchacho.

Y entonces compareció el reo: Raúl. De aspecto físico algo sobrado de peso y una cara cordial pero algo desacoplada, destacaba por unas desmedidas gafas, hecho más bien imputable a la familia que se supone había elegido tan llamativo modelo de lentes. Se puede decir que aquel enamorado chaval de 16 años no llevaba gafas; eran más bien las gafas las que remolcaban de él.

Y Ana, hábil y cariñosa, le habló del respeto a la mujer y de la paciencia para con el amor; le recordó que el ´ojazos´ tenía un pase, pero la segunda parte de su peculiar demostración de amor suponía un insulto a su compañera de clase y afectaba al lógico dominio de sus instintos.

Y Raúl, pertrechado detrás de aquellas gafas, habló: “srta Ana; es que lo que pasa es que yo soy muy feo”. Y no dijo más. No hizo falta tampoco que se explicara más.

Respuesta sencilla para una realidad en la adolescencia: el valor de lo atractivo como supremacía por delante de cualquier mérito.

Durante los meses que transcurrieron hasta el final de curso, pude comprobar como aquel chico se fue abriendo camino. Incluso en más de una oportunidad reconocí su peculiar figura en alegre charla con el pibón de los ojazos.

Ana había puesto su huella para la eternidad. Y la pareja solo debía dejar pasar el tiempo y crecer.

Ayer, 7 años más tarde, he recibido una petición por parte de Laura para seguir el blog imposibleyreal. Viendo sus fotos y sus comentarios en instagram adivino que está a punto de terminar la carrera de medicina. Mantiene la belleza intacta y sus espléndidos ojos verdes.

Fue momento para recordar la charla que mantuvo Ana, la srta Ana, con los dos adolescentes implicados. La sabiduría y el apego a la profesión más considerada en una sociedad moderna que se precie de serlo, la de maestro, quedó palpable en la armonía, ecuanimidad y ponderación que supo tender puentes entre aquellos dos adolescentes tan diferentes. 

Le pregunté a Laura si sabía algo de Raúl…

y me contestó: “hace tiempo que no sé de él, pero era el más majo de la clase”

Hoy, día mundial de la educación, traigo este relato 100x100 verídico excepto en el nombre de las personas implicadas: Ana, Laura y Raúl.