Francia, los franceses, siempre se han singularizado por desarrollar
movimientos políticos/filosóficos avanzados. Invariablemente a lo largo de su
biografía como país, han caminado un paso por delante, adoptando actitudes
inadecuadas en su momento, pero que con el tiempo se han demostrado acertadas y
oportunas. Y en la actualidad, como en otras oportunidades, el movimiento
conocido como “tribu de los desconectados” da un paso al frente y apadrina una
“vida real” defendiendo un modo de vida desconectado de las redes sociales. Su
argumento es potente: “se trata de una cuestión de salud mental”.
Ya es una realidad probada que las personas que “viven en y de las
redes sociales” vagan por una delgada línea roja muy cercana a edificar su
existencia en tendencias psicopáticas y con desequilibrios en la personalidad.
No puede ser de otra forma cuando se exporta una imagen que ante todo guste y
sea merecedora de atención; una imagen física y mental atractiva, una continúa
demostración de superioridad y una fascinación por los mensajes elogiosos de
los “admiradores” que son retuiteados de inmediato por la “deidad” que premia a
sus incondicionales con aparecer como merecedor de su atención.
El desorden mental es a veces tan palpable que hace un mes tuve a bien
descubrir a una instagramer que compungida colgó en su red social un “siento
comunicaros que me retiro durante un tiempo para reflexionar sobre mi realidad.
La presión a la que me somete vuestra atención me obliga a dar este paso para
reencontrarme conmigo misma”; al día siguiente comenzó a transmitir en directo
su ’retiro para reencontrarse consigo misma`.
Con todo, y como en todo, hay individuos que no son ni blanco ni
negro.
Bergen es una ciudad situada en la costa suroeste de Noruega. Rodeada de montañas y fiordos, presume de ser una de las localidades más bellas del país nórdico.
2015; dos chicas de 15 años hablan en el portal del domicilio de una de ellas. La conversación alude al trastorno de alimentación en el que ambas andan inmersas. Una de las dos se muestra especialmente desmoralizada y decaída y hace referencias veladas al suicidio, mientras la compañera, de nombre Ingebjorg, trata de animarla. Al día siguiente Ingebjorg conoce de sus profesores de escuela que su compañera de clase se ha quitado la vida.
Al parecer eran bastante conocidos entre los compañeros de clase los continuos vaivenes en el estado de ánimo de la chica, pero esa regla no escrita existente entre los adolescentes de “no revelar lo que está pasando” ha provocado este dramático desenlace.
Ingebjorg comienza entonces a moverse en las redes sociales en busca de adolescentes “en riesgo”. Descubre que una malasia de nombre Davia Emilia, 16 años, ha sometido a votación entre sus 120 seguidores de instagram su suicidio. La encuesta sentenció: Vida 31%, Muerte 69%.
Ingebjorg Blindheim trabaja en las redes sociales buscando alarmas en chicas y chicos jóvenes. Su creciente popularidad la lleva incluso a recibir una llamada de atención de las autoridades que alegan su desconocimiento médico para socorrer a estas personas. Y lo que se presumía como un problema policial para Ingebjorg se torna en un embolado para los acusadores al descubrirse que en todos los casos la chica informa siempre a las autoridades, policía y al sistema de atención médica.
Cuenta Ingebjorg que en varias oportunidades ha tenido que monitorizar 450 cuentas “oscuras” para localizar a la persona en riesgo.
Hoy, enero 2021, se contabilizan ¡¡10 suicidios diarios!! en España, el doble que accidentes de tráfico; y conviene enfatizar que en muchos casos no se registran en los certificados de defunción por el estigma social que supone. De estos 10 diarios un 50% están protagonizados por jóvenes entre los 15 y los 23 años.
Otras dos cifras resultan escalofriantes: una primera que afirma que ¡¡más de 200 personas!! intentan quitarse la vida a diario y una segunda que afirma que uno de cada 10 jóvenes ha pensado seriamente en el suicidio.
No hace mucho me comentó una persona que había solicitado cita con los servicios médicos para que atendieran unas conductas depresivas de una de sus hijas…respuesta: “dentro de tres meses podemos atenderla”. Sin comentario.
Ingebjorg Blindheim ha renunciado a algunos premios para los que había sido nominada; sigue hoy, a sus 21 años, trabajando diariamente por y para socorrer a estos enfermos afectados por una dolencia del alma.