niños cultos: adultos libres

 

Desde hace ya un buen tiempo mantengo la querencia de dedicar las mañanas de los sábados a visitar la LIBRERÍA LÉ emplazada en el número 154 del Paseo de la Castellana de Madrid.

Sus dos plantas ocupadas por innumerables libros consiguen seducirte gracias a la sensata distribución de los mismos agrupados por categorías, y al trato sosegado de las personas que te atienden. Una librería que te atrapa por percibirse en el aire una caricia de cultura.

Allá por el mes de enero del 2.020, cumpliendo el ceremonial de cada sábado, tuve a bien disfrutar de un hecho que me gustaría compartir en este blog; paseando entre las  diferentes secciones, me topé con una pareja de dos niños/adolescentes de unos 12 años que andaban buscando un libro: “en busca del tiempo perdido” de Marcel Proust.

La pareja la componían dos personajes tan dispares como solo puede obsequiarnos la adolescencia. Lo único común: la edad… 12 años. A partir de esa verdad, confesada por ellos mismos al afirmar que pertenecían al mismo curso y clase, todo en ellos era divergente y desigual. Ella rubia de ojos claros, equipada con un cuerpo más adulto y formado. Él más menudo. Y de la mano de esos portes tan diferentes, los caracteres también caminaban discrepantes: ella, más segura y extrovertida; él, apocado y vacilante.

“buscamos este libro, porque nos lo ha encargado el profesor de literatura del colegio” me respondió la chica ante mi pregunta extrañado por el interés de esos niños por tan maravilloso libro.

-“es un consejo de don Manuel; comprarlo es voluntario” siguió

-“no tan voluntario” intervino el chico. Y ya no dijo más

-“además mi madre me ha dado otros 20 euros para que me compre otro libro”

Y allí quedaron: ella indagando donde invertir el dinero destinado al libro/regalo de su madre y él acompañándola, discreto y silencioso.

Coincidimos de nuevo a la hora del pago. “Tenemos prisa; es que hemos quedado con unos amigos para el aperitivo” explicó el chico reivindicando a través de ese término ´aperitivo´ una madurez excesivamente apresurada.

A través del cristal los vi marchar.

Me acuerdo hoy, pasado ya un año, de aquella pareja tan singular.

Sumidos en una época tan insólita y llena de incertidumbres, hay escenas que auguran un mundo esperanzador. La asociación de un maestro de literatura regalando a sus alumnos el consejo de la lectura de “en busca del tiempo perdido” con una madre asignando un dinero para que su hija dedique la mañana a elegir BIEN un libro solo puede producir adultos cultos.

En esta adolescencia enjaulada por domadores profesionales de almas y mentes, siempre nos queda la confianza en maestros y familias que filtran intrusos en tanto ambiente vacío: los niños que acuden a sus primeros “aperitivos” con un par de libros bajo el brazo…